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domingo, 30 de septiembre de 2018

Los Velasco, entre la hagiografía y la historia

Algunas curiosidades del Archivo de Santa Clara de Medina

por Belosticalle



El sábado 22 de Septiembre por la tarde, en el  XX Encuentro ‘Casa de Velasco’, se celebró en el Alcázar de Medina de Pomar un acto cultural, donde fui invitado a ofrecer una ponencia sobre ‘Curiosidades del Archivo de Santa Clara de Medina’.

Es un archivo de monjas clarisas de clausura con siete siglos cumplidos de historia. También es un archivo amable, por varias razones. Su organización es perfecta, su Catálogo, modélico [1]. La disponibilidad y atención perfectamente franciscana hace grata las visitas. Y en fin, si te alargas un poco en la consulta, la hermana archivera sor Amaya te ofrece un café con leche y pastas exquisitas. Si a eso se suma la fortuna de encontrar informaciones tan interesantes como insospechadas a veces, ¿qué más puede pedir el investigador?

Como usuario veterano satisfecho, me agrada divulgar la bondad de ese Archivo compartiendo noticias suyas con la gente. Y fue lo que hice en dicho Encuentro Velasqueño. Lo primero, reiterando mi convicción de que el mismo lugar donde estábamos reunidos –el llamado tantas veces ‘Salón Noble’ del Alcázar– nunca fue tal cosa, sino el primer local que los Velasco diseñaron para su propio Archivo.
Así que:



Primera curiosidad: Identificación del Archivo Velasco en el Alcázar de Medina
Estudios recientes dan idea de la seriedad con que la Casa de Velasco trataba su documentación, empezando por sus títulos y privilegios, y cómo llegaron a organizar su Archivo Central, adoptando métodos cancillerescos [2]. En especial consta que ya en la primera mitad del siglo XV, en tiempos del Conde de Haro don Pedro (II) Fernández de Velasco, este Alcázar de Medina de Pomar tenía un aposento seguro y a buen recaudo para la guarda de documentos –digamos lisamente, un Archivo–, y que en 1461 el volumen de escrituras y su movimiento hizo aconsejable la composición de un extenso inventario o catálogo [3].
Ahora bien, nadie cita testimonio alguno sobre el lugar concreto del Archivo en este Alcázar. Mi conjetura partió de la observación de la alacena de arco escarzano abierta en el formidable muro de dicho salón, y que tiene su gemela en la sacristía del Coro de Santa Clara, donde antiguamente se guardaron los documentos principales del monasterio. La alacena de Santa Clara conserva su buena puerta de dos hojas de hierro forjado, con su barra de cierre también de hierro, aunque el gran candado de triple llave por desgracia se lo llevó un descuidero. La alacena del Alcázar está desnuda y sólo presenta el relieve donde estuvieron las puertas de forja.
La gran semejanza de ambas alacenas me hizo pensar en una misma traza y destino, teniendo en cuenta que los mismos Velasco señores del alcázar, eran los patronos del monasterio, donde impusieron su propio modelo de guarda de los documentos inamovibles. La idea se redondeó con otras observaciones, como el pasadizo de acceso con puerta tal vez doble en origen y seguramente también de hierro, junto con las características de la propia sala. También con datos circunstanciales, como el horror de los Velasco a perder sus papeles en un incendio –recordando ellos tal vez los que sus antepasados provocaron en las torres de sus enemigos–. O sus normas de seguridad para el manejo, compulsa y labor de escribanía en la propia sala, así como su regla de trabajar sin conversación. Esto último, no sin ironía, me hace pensar en esta gran sala cúbica de Medina, dotada de la peor acústica de toda Castilla, asegurada por su geometría parietal e imposible de remediar, pongamos el artesonado que se nos ocurra. Geometría impropia de cualquier ‘Salón Noble’, destinado a recepciones, a la charla, las veladas o la música.
Segunda curiosidad: El Archivo de Santa Clara es mayormente contable.
Volviendo al Archivo de Santa Clara. Computando las cerca de 3.000 fichas de su Catálogo, me resulta el siguiente reparto de documentos por categorías:

1.
2.
3.
4.
5.
Fundación, diplomas papales y regios:
Actividad interna:
Asuntos económicos:
Asuntos civiles:
Asuntos varios:
  5,0 %
  4,9 %
62,4 %
 17,7 %
 10,0 %

¡Cómo! En una comunidad de clarisas con voto de pobreza, la parte del león la llevan los asuntos económicos: ¡más del 60 %! Pues sí, más, muchísimo más. También todas las otras categorías, por algún lado tocan el dinero. Los ingresos de monjas, con su dote; el pago de tasas; sin olvidar los pleitos (casi una obligación de autorrespeto, en la época)... Hasta las bulas papales eran fuente de ingresos para la Sagrada Curia. Yo diría que Don Dinero está presente de algún modo en casi el 100 % del registro.
Los documentos principales, los de la 1ª clase, son pergaminos. El primero de todos, la Carta Fundacional (Baeza, 1313), de un militar de frontera y su mujer, dotando para un monasterio cerca de la villa de Medina, donde dormir ellos su sueño mortal, arrullados por la cantinela de 24 clarisas «de velo prieto», o sea oscuro tirando a negro. Una forma de distinguirlas de otras monjas y pseudo monjas de no sé qué velos.
Interesantes las bulas  papales. Aunque caras (y también por eso), daban prestigio al convento. Es curioso aquí distinguir bulas ‘del común’, o de serie, y bulas dedicadas, con mención de personas y sus circunstancias.  Aquí hay de todo. Muy interesante la llovida de bulas de Inocencio VI (1352-1362), cinco por lo menos en un solo día venturoso, 28 de enero de 1354, como si la Curia de Aviñón no tuviese otro pito que tocar [4].
Dichas bulas se despachan a petición «de la Abadesa y Convento, como también de Dª Elvira, viuda de Alonso Tenorio y de su hermana María, monja profesa en el mismo Monasterio». Hijas de los fundadores, la una era simple monja en Santa Clara, la otra viuda retirada aquí. Un mundo abierto a la especulación.
A las dos en comandita el papa les concede el privilegio vitalicio de tomar el control del convento, tanto en lo económico como en la designación de visitadores, confesores y demás clérigos al servicio o la intervención de la Casa. Es un documento de por vida, que es como decir con fecha de caducidad, pero revelador de un conflicto de poder a tres bandas: Santa Clara, los Velasco sus patronos y la orden masculina de San Francisco.
La larga historia de Siete Siglos de este monasterio –su VII Centenario se celebró en 2013– se puede dividir, según el Archivo, en varios períodos, desde una primera etapa bajo control Velasco, pasando por el distanciamiento de esta familia en Burgos y la Corte, hasta la definitiva dependencia de la rama masculina, que impone a las monjas la figura del fraile Vicario con sus adláteres confesores y predicadores etc., más el visitador regular, con la obligación de rendirle cuenta hasta el último maravedí.
Torres de Lezana en Mena y del Ribero en Montija

En sus tres primeras centurias (siglos XIV-XVI) Santa Clara reclutó sus monjas mayormente
en los solares y familias nobles de la región, hasta la Rioja y Navarra
De aquella primera etapa velasca, ya en su ocaso, quedan varios legajos de ingresos de monjas, con las capitulaciones económicas y jurídicas, igual que en los matrimonios. El acto se realizaba en la grada o locutorio del monasterio, a un lado de la reja la comunidad en pleno, al otro la representación familiar con el escribano. Estos documentos solemnes se acompañaban de las firmas de todas y cada una de las religiosas presentes, y gracias a ellos conocemos mucho mejor los nombres, calidad y número de religiosas en el siglo XVI, que en tiempos más recientes. Todo indica además que cada religiosa traía consigo su propia documentación familiar, que imaginamos guardada en alguna arqueta en su celda, hasta que al morir pasaba todo aquello al Archivo.
Cuando Santa Clara, por así decirlo, cae bajo el poder fiscalizador de la rama masculina de la orden franciscana, no faltaron frailes capaces de descifrar letras antiguas, siempre a la busca de dónde arañar alguna posible fuente de ingresos escondida. Y llama la atención la frescura de algunos comentarios despectivos añadidos de puño y letra: «documento inútil», «poco aprovecha»; en suma, nada que rascar en este papel. No es temerario suponer que otros muchos, ya sin interés económico, acabarían en el fuego para dejar holgura a los de algún provecho.

Tercera curiosidad: Se desvela el misterio de la Abadesa doña Mencía Sarmiento [5]
Pues bien, en la etapa velasqueña, Pedro (II) Fernández de Velasco y Solier, Señor de la Casa de Lara, Camarero Mayor Real y futuro I Conde de Haro, se empeñó en meter a todos los frailes y monjas de San Francisco en la vereda de la observancia, y a sus clarisas concretamente en la congregación de  Tordesillas.
En casi todas las órdenes religiosas la reforma en los siglos XV-XVI se impuso por la brava, incluso con sangre y muertes. Aquí no hubo sangre al río, aunque sí disputa entre la Abadesa vitalicia doña Mencía Sarmiento y el propio don Pedro Velasco.  Alegaba ella que la supuesta reforma era novedad innecesaria, contra el derecho de las monjas profesas. Y razón no le faltaba, pues según muchos, todo aquel revuelo de reformadores peleados entre sí –santoyanos contra villacrecianos– eran ganas de mandar y colocar a su gente, y las reformas eran más de sastrería que de otra cosa. No hay más que ver lo que pasa ahora con los partidos políticos para entender aquello, donde se movía poder, y con el poder, dinero [6].
Don Pedro era aquí el patrono indiscutible. Lo que siempre fue un enigma: cómo es que, con todo el carácter voluntarioso que siempre tuvo, no se salió con la suya mientra vivió su parienta, la abadesa. Y eso que el Velasco llevó la disputa hasta el papa Martín V (1417-1431), con insinuaciones .
El enigma, como a veces ocurre, se resolvió por pura chiripa, cuando al examinar yo unos papeles del Archivo sobre las Salinas de Añana, donde dicha señora tenía rentas de sal heredadas, pude trazar su genealogía y parentesco [7]. El resultado fue que Mencía y Pedro eran primos segundos; ella también una Velasco y descendiente directa de los fundadores de Santa Clara. Pero lo más importante para el caso: la Abadesa era bisnieta bastarda del rey Alfonso XI con doña Leonor de Guzmán, la madre de Enrique II y abuela de Juan I, los que tanto elevaron a la casa de los Velasco. Según eso, don Pedro no estaba en condiciones de imponer su voluntad a una dama muy superior a él en rango social, y así no tuvo más remedio que dejarse de reforma hasta  que ella se murió, en 1430. Para su rival don Pedro, un buen año, porque además de desaparecerle la abadesa respondona, el rey don Juan II le hizo I Conde de Haro, con señorío sobre esta importante villa riojana.
Fallece, pues, doña Mencía, como también el papa Martín, al que sucede Eugenio IV (1431-1447). Sin pérdida de tiempo, el flamante Conde estrena su título renovando las gestiones para meter a su Santa Clara en la dichosa reforma (1432).
Eugenio IV. Bula de mitigación y dispensas (Desde Bolonia, 1437)
Pronto se vio cómo la doña Mencía Sarmiento («que Dios perdone», es decir, ya difunta) no iba desacertada [8]. El mismo Conde reformador de este y otros conventos obtendrá del  papa Eugenio bulas con dispensas, permisos y mitigaciones de la observancia , «para sus enfermedades, flaquezas y otras pasiones», «máxime atendida la fragilidad del sexo femenino» y el rigor climático de Medina. Don Pedro, que no era precisamente tacaño, aunque miraba el gasto, se aplicó a la reconstrucción de este edificio de pacotilla y medio en ruina. Total, que las reformadas de Santa Clara vivían ahora con más comodidad que en tiempos de la Sarmiento: en mejor casa, mejor vestidas y calzadas, durmiendo en camas más calientes y con buena enfermería. Como debe ser.
En relación con esas obras, don Pedro tuvo la idea generosa de fundar un hospital para doce o trece pobres ‘continuos’ (o fijos) y para enfermos. Para ello pensó en un  ‘corral’ de su propiedad, pegado a la iglesia de Santa Clara. El Hospital de la Vera Cruz: institución modelo en su tiempo, porque su fundador era también un ordenancista modélico. La ruina consolidada del edificio da idea de su grandiosidad, aunque al mismo tiempo causa extrañeza: qué sentido práctico tenía semejante mole gótica, más parecida a una abadía-palacio que a una casa de beneficencia.
Todo tiene su explicación. Muchos hospitales antiguos siguen en pie porque se construyeron sólidos. Pero aquí es que, en efecto, la Vera Cruz era el palacio-abadía del propio Conde de Haro. Un cuasi abad, don Pedro, al frente de una docena de pobres elegidos por él, como Cristo a sus apóstoles, para vivir en comunidad monástica, según pretendía la rama espiritual del franciscanismo.
¡Pero cómo! El Velasco, ¿no estaba casado? Lo estaba, con Beatriz Manrique, gran ricahembra de estirpe regia, que (norma de Velascos) aportaba al matrimonio, junto con su aparato reproductor femenino, los dineros siempre necesarios a la gloria del  marido. Misiones ambas cumplidas, la señora no tenía sino que estar de acuerdo con la invitación del varón a vivir en castidad separados, él en su fundación con sus pobres, y ella donde fuese de su gusto. Y su gusto fue, una vez muerto el conde su marido, retirarse a pasar el resto de sus días con la hija de ambos, Leonor, abadesa de Santa Clara.
El tema del Hospital de la Vera Cruz da para otra velada, o dos. Aquí sólo adelanto que la licencia de fundación no la sacó el conde hasta 1434, ya desaparecido el estorbo de la abadesa Sarmiento. La cual, visto lo visto, casi seguramente se habría opuesto al trágala de aquella fundación varonil, con don Pedro y su ‘Cartuja’ pared de por medio.
Cuarta curiosidad: La ‘Abadesa Princesa’ doña Leonor de Velasco Manrique
El Conde de Haro tenía una hija, doña Leonor, que a punto estuvo de ser reina de Navarra, aunque terminó siendo Abadesa perpetua en Medina. Como es sabido, los dos reyes Juanes II, el de Castilla (1406-1454) y el de Aragón y Navarra (1425-1479) se llevaron fatal y hubo guerra [9]. El Velasco –siempre con provecho propio, regla de la familia– fue leal a su rey, que en su menor edad había tenido por ayo tutor a Juan de Velasco, el padre de nuestro conde.
Así, cuando el hijo de Juan II de Aragón y Navarra, el Príncipe de Viana Carlos, enviuda sin sucesión (1448), la mano de Leonor es objeto de trato entre nuestro don Pedro y el príncipe. El cual terminó enfrentado a su propio padre Juan II, con apoyo del partido navarro de los beamonteses, pero también de altos personajes castellanos, como el Conde de Haro.
Pero no es este lugar ni tiempo de repetir la historia de un príncipe tan culto como desdichado. Digamos sólo que en 1460, resuelto en apariencia el problema político, Carlos se estableció en Barcelona, donde volvió a plantearse su matrimonio, pero ya apuntando más alto, con Catalina de Portugal o Isabel de Castilla. Demasiado tarde, porque el pobre estaba muy acabado en lo físico, y murió de tuberculosis en septiembre de 1461. Eso sí, adorado de los catalanes, que le atribuyeron el olor de la santidad, con  milagros y apariciones, y hasta quisieron hacerle santo.
Desairada y desengañada, Leonor de Velasco aquel mismo año –no sé si antes o poco después de morir su príncipe azul– también ella dejó el mundo, para tomar el velo negro en Santa Clara de Medina, como abadesa vitalicia (1461-1494).
Diz que su padre solía llamarla ‘la Abadesa Princesa’. Si era cariño paterno, vaya; pero como recordatorio de la boda frustrada, habría que preguntar a la señora si le hacía gracia. Como digo: para otra velada.

Y quinta curiosidad: Habiendo sido, en siglos pasados, la falsificación de documentos una industria y un deporte, ¿hay falsificaciones en el rico Archivo de Santa Clara?
La respuesta es, sí. Y hasta tengo descubierto al falsario: fray Francisco Cavanzo, fraile franciscano. Pero como digo, esto, para otra velada.
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[1] Mª Rosa Ayerbe Iribar, Catálogo Documental del Archivo del Monasterio de Santa Clara. Medina de Pomar (1313-1968).  Villarcayo, 2000. De la misma autora: Catálogo documental del Archivo del Hospital de la Vera Cruz. Medina de Pomar (Burgos) 1095-2012. Villarcayo, 2013.  
[2] José A. Cuesta Nieto, “La administración de la Casa de Velasco en el siglo XVII”, HID (Univ. de Sevilla) 41 (2014): 179-203. Efrén de la Peña Barroso, “Los archivos señoriales castellanos a finales de la Edad Media”, Anuario de Estudios Medievales, 47/1 (2017): 239-265.
[3] Peña Barroso, o. cit., pág. 242. La ocasión para hacer el inventario fue la sustitución del alcaide Diego González de Rosales por Ferrán Sánchez de Alvarado, y encargo a Sancho Ferrandez de Angulo, vecino de la villa, de la custodia del archivo, separando así la función de archivero de la del alcaide.
[4] El Catálogo  de Ayerbe pone «Enero, 26», pero la fecha de las bulas existentes dice « V Kal(endas) februarii», 28 de enero. Y digo “por lo menos», porque de la misma fecha pudo haber otra bula, que no se encuentra. Como tampoco la que confirma Martín V (1428), de Inocencio VI, en 25 de febrero de 1354.
[5] Sobre lo que sigue, v. J. Moya, “La Abadesa que plantó cara al Conde”, en el blog ‘Las Centurias de Santa Clara’ (17/06/2013).
[6] Pedro de Villacreces (m. 1422) como reformador tuvo el raro mérito de no querer dividir a la orden franciscana en Castilla, y hasta rehusó para su movimiento el nombre de ‘observancia’, a diferencia de fray Pedro de Santoyo (h. 1377-1431), que se separó de él para liderar en España la ‘Observancia’ italiana promovida por san Bernardino de Siena; v. Ángel Uribe, La Provincia franciscana de Cantabria. Tomo I (El franciscanismo vasco-cántabro desde sus orígenes hasta 1551), Aranzazu, 1988, pág. 226. Pedro Fernández de Velasco fue adepto de Villacreces mientras vivió, y en Medina tomó por confesor al villacreciano fray Lope de Salinas. Pero luego el Velasco  se hizo ‘bernardino’ acérrimo, hasta el punto de que fray Lope cuando muere en la villa en 1463 había caído en desgracia del Conde de Haro.
[7] Cfr. J. Moya, “Dos diplomas regios sobre Salinas de Añana”. Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (San Sebastián), 18/2 (2007), págs. 371-412.
[8] Es decir, difunta. La expresión se lee en una carta de las monjas de Medina sometiéndose a Tordesillas. Uribe, o. cit., págs. 183-185; y el documento ibíd. págs. 575-579. El padre Uribe no es exacto al referirse desde el principio a don Pedro como «Conde de Haro», pues no lo fue hasta 1430; como también es errata fechar en 1428 la bula de Eugenio IV, papa desde 1431. Conviene así mismo notar que Uribe no utilizó para esta obra el Archivo de Santa Clara de Medina, y por eso desconoce o confunde cosas importantes.
[9] Rey consorte de Navarra (1425) por su matrimonio (1420) con Blanca, la hija de Carlos III el Noble. Rey propietario de Aragón, a la muerte de su hermano Alfonso V el Magnánimo.
   



1 comentario:

  1. Qué interesante siempre leer a don Belosti. ¡Y hasta nos descubre un falsario!
    Seguiremos a la espera de la continuación de tan interesante entrada sobre los Velasco y el Archivo de Santa Clara.

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