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lunes, 17 de junio de 2013

La Abadesa que plantó cara al Conde

por Jesús Moya


Pórtico de Santa Clara y ruina del Hospital de la Vera Cruz


La vida religiosa, como todo lo humano, ha tenido sus altibajos, concretamente en el capítulo de la disciplina y su ‘observancia’. Esta última palabra ha sido muy traída en la historia de las órdenes religiosas.
No entramos aquí en lo que es, o ha sido, la observancia monástica en general. Podríamos definirla como lo contrario de ‘relajación’, pero entonces estamos haciendo juicio de valor, decantándonos por lo mejor o bueno frente a lo peor o malo.
Y no. Históricamente es más objetivo considerar la Observancia como uno de dos bandos enfrentados en cada orden religiosa, con ocasión del movimiento reformista general en la Iglesia en los siglos XIV-XVI. El otro bando se llamó convencionalmente la Claustra.
La Baja Edad Media registra una decadencia y desprestigio general de muchas instituciones eclesiásticas y del clero, incluidas las órdenes religiosas. Causas internas fueron la autoestima desmedida y la ambición corporativa y personal de los propios monjes y frailes. Entre las causas externas se cuentan la Gran Peste y el Gran Cisma.
El espectáculo deplorable de muchos conventos provocó tomas de conciencia y esfuerzos de reforma, en principio desde dentro, con apoyo exterior eclesiástico y civil.
Pero hay que distinguir una reforma de mínimos, necesaria para extirpar los abusos graves, y otro tipo de reforma más exigente y maximalista. A muchos religiosos les parecía que, corregido lo peor,  era suficiente, manteniendo por lo demás una vida conventual o  claustral acorde con la marcha de los tiempos. Si algún fraile deseaba ser más perfecto, que lo fuese para sí, o bien en conventos especiales, sin romper la común obediencia. Estos defensores del status quo se conocieron como conventuales o claustrales: la ‘Claustra’, como les llamaban con desprecio sus contrarios, los de la ‘Observancia’.
La Observancia aspiraba a más: interpretación literal de la Regla, retorno a las raíces de la orden, a la supuesta forma de vida del fundador y sus discípulos inmediatos. Las pretensiones incluían mayor rigor y disciplina para todos, ampliar el calendario de ayunos y penitencias, modificar la tela y forma de los hábitos, prescindir del calzado y hasta hacer vida ermitaña, más alguna que otra extravagancia. Estos reformadores se llamaban a sí mismos espirituales, celantes, observantes etc., y casi siempre terminaban exigiendo la secesión, en conventos y bajo superiores propios.
Al hablar de religiosos se habla de comunidades, con sus bienes, patrimonio y obediencia; o mando, que da lo mismo. Se habla, pues, de intereses en conflicto. En efecto, hubo enfrentamientos incluso violentos. Y como dice un historiador a propósito: «a la Claustra le tocó perder y a la Observancia ganar» [1]
En aquellas guerras, cada parte se buscaba apoyos fuera, en el poder eclesiástico y seglar. Muchos obispos eran frailes y muchos frailes eran confesores de obispos y de reyes o señores. El gran motor de la reforma en España fue un cardenal franciscano. Se llamaba fray Francisco Jiménez de Cisneros. Era un varón tan prudente como recto, al que no lo gustaba que le llevasen la contraria.
El mismo diablo, que hasta del bien saca tajada, no pocas veces se puso a la cabeza de la manifestación, como en los asaltos a conventos, con resultado de riñas, heridas y muertes. Sin tanto escándalo, tampoco fue edificante el caso de Santa Clara de Medina, como vamos a ver.


Don Pedro, patrono de Santa Clara
En 1418 muere en Tordesillas Juan Fernández de Velasco, a consecuencia de un saetazo grave recibido cuatro años antes en la conquista de Antequera. Le sucede como cabeza de linaje su primogénito, el joven Pedro Fernández de Velasco Solier (h. 1399-1470).
No conocemos bien los primeros pasos del que más tarde fue I Conde de de Haro (1430). Se dice que llevó vida disipada. Hasta que un día cambió, quedando como ‘El Buen Conde’, para el recuerdo.
Fray Pedro de Villacreces
El converso don Pedro anduvo en la esfera de influencia de la reforma franciscana de fray Pedro de Villacreces (m. en 1422), secundado por sus discípulos fray Lope de Salazar y de Salinas (h. 1393-1463) y fray Pedro Regalado (1390-1456; beato en 1684; santo en 1746).
La relación entre fray Lope y don Pedro no fue siempre fácil. Bajo inspiración del fraile, el de Velasco hizo cosas tan buenas como las ‘Arcas de Misericordia’, depósitos de grano para préstamo blando, una forma de combatir la usura [2]. Como también, a la manera franciscana, fue pacificador político y social. Fundó conventos, pero sobre todo el gran ‘Hospital de la Vera Cruz’ (1455) anejo a Santa Clara de Medina, donde él mismo terminaría encerrándose con sus ‘cartujos’, pared de por medio con las monjas, como eco lejano de los ‘monasterios dobles’ medievales [3].
Ahora bien, como buen converso, al buen señor a veces se le iba la mano en lo tocante a la reforma. Y ese celo indiscreto y entrometido le indispuso con Salinas y –lo que aquí nos importa– le enfrentó a la Abadesa de Santa Clara.
Es cosa de notar que, como reformadores de la orden en Castilla, ni Villacreces ni sus discípulos quisieron llamarse ‘observantes’. Su proyecto, aunque muy austero, fue conciliador y no secesionista, a diferencia del de otro discípulo suyo, fray Pedro de Santoyo (h. 1377-1431), que terminó adhiriéndose a la Observancia italiana de San Bernardino de Siena.
Así hubo que distinguir aquí entre villacrecianos y santoyanos, como familias no bien avenidas. Sobre todo, desde 1446, cuando los Observantes se separan de los Conventuales, manteniéndose los villacrecianos de Salinas y de Regalado integrados en la Claustra de la Provincia de Castilla. Todavía hacia 1457 escribía fray Lope de Salinas en sus Satisfacciones (I):
      «Fasta hoy, nunca nosotros nos llamamos, ni el vulgo nos llama Observantes, ni el padre que nos crió lo aceptó, ni nos tenemos por Observantes verdaderos. Non curando agora, nin curaremos, de connominación nueva, sobre la que tenemos de Frailes Menores de San Francisco… » [4]
Este escrito es eco de los esfuerzos de Salinas por mantener paradójicamente su autonomía frente a una Observancia santoyana prepotente, que incluso por la fuerza fue suplantando a los claustrales en sus casas. El Conde de Haro se sumó a esta corriente, y fray Lope le cayó en desgracia. Muere éste en San Francisco de Medina (1463), y a pocos años, 10 a lo sumo, su ‘familia’ se absorbe en la Provincia Observante de Castilla [5].
Con todo, se dio la anomalía de que tanto este convento como el de Frías reaparecen bajo régimen claustral (es decir, no observante) en el siglo XVI, hasta 1524, en que por la brava y con apoyo del Condestable don Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528) serán reducidos a la Observancia propiamente dicha [6].
La reforma de la monjas
Los conventos femeninos fueron en esto a remolque de los frailes (nada que ver con lo que será la reforma del Carmelo con Santa Teresa).
En origen (1313), Santa Clara de Medina caía bajo la jurisdicción del Obispo de Burgos, salvo los privilegios o exenciones de derecho papal a la Orden franciscana y a las clarisas, o a este monasterio en particular. Ya la Regla de Santa Clara (1253) reconocía la figura del visitador general franciscano, que según Urbano IV (1261-1264) sería nombrado por el Cardenal Protector de la orden para girar visitas anuales. Un método de control que, con la propagación fabulosa de estas monjas, resultó fallido incluso en Italia.  Eso sin contar los patronazgos y el carácter nobiliario de muchos monasterios.
Así, una bula de Inocencio VI (1354) puso a Santa Clara de Medina bajo protección directa de la Santa Sede, bajo la regla mitigada de Urbano IV. Y el mismo año el mismo Inocencio, mediante otra bula –¡reiterada el año siguiente!– reconocía a la Abadesa y a otra hermana suya religiosa, hijas de los fundadores, el privilegio sorprendente de elegirse ellas mismas de por vida al visitador apostólico. Más aún, al fallecimiento de ambas religiosas, su derecho personal de nombramiento pasaría al capítulo conventual, sin perjuicio de que el General de la Orden era dueño de visitar el monasterio medinés siempre que quisiera [7]. Aquí conviene recordar que Inocencio VI no fue ningún enemigo de la observancia franciscana, más bien lo contrario.
Santa Clara la Real de Tordesillas - Compás
La reforma femenina en Castilla parte del convento de Santa Clara de Tordesillas (1363), con el enigmático fray Fernando de Illescas como visitador general (1380), nombrado por el cardenal Pedro de Luna, siendo ‘papa’ en Aviñón Clemente VII, frente al papa de Roma Urbano VI.
No consta ninguna pretensión del Illescas para visitar Santa Clara de Medina.  Sí en cambio por parte de su sucesor en el cargo, fray Francisco de Soria, monje jerónimo de Fresdeval (en Villatoro, Burgos), que sorprende a nuestras monjas exhibiendo un breve de Martin V (marzo de 1428), facultándole para visitar el monasterio medinés y ajustarlo a la observancia de Tordesillas.
Cierto que el papa doraba la píldora con la comunión de gracias, exenciones e indulgencias de aquel convento vallisoletano [8]. Y como para más enredo, de forma un tanto extraña, el més siguiente (abril de 1428) confirmaba la citada bula de Inocencio VI, es decir, Santa Clara de Medina seguía bajo protección directa del papa, y bajo la regla urbanita [9].
¿De dónde vino esta mudanza?
Todo hace pensar que el don Pedro Fernández de Velasco no se llevó nada bien con la Abadesa perpetua doña Mencía Sarmiento, que por otra parte era parienta suya. Y hasta es posible que la animosidad viniese ya de tiempos de Juan Fernández de Velasco, con dimes y diretes sobre la vida de las monjas, sobre todo a cuenta de la clausura. Lo digo porque en 1413 doña Mencía, en un requerimiento notarial, cuidaba de presentarse como «dueña encerrada», es decir, no dispuesta a pedir licencia alguna para salir, cuando consta que para casos graves era factible.
La cosa se puso fea cuando don Pedro se empeña en meter a sus monjas en la vereda de Tordesillas, y por su cuenta, como patrono, se dirige a la Santidad del  papa Martín, pintándole un cuadro de relajación escandalosa que dejó atónita a la propia curia, tan curada de espantos en esta materia.
Doña Mencía por su parte protestó contra tal calumnia. Y algún prestigio tendría la dama, cuando nada se hizo en lo poco que les quedó de vida a ella y al papa.
Bajo el nuevo pontífice Eugenio IV (marzo de 1431- 1447), y ya titulado I Conde de Haro, el Velasco vuelve de inmediato a la carga. Esta vez con éxito. En 1432, una carta de las monjas de Medina sometiéndose a Tordesillas menciona a «doña Mencía Sarmiento, que Dios perdone», es decir, difunta [10].
Sin poner en duda el celo reformatorio del Velasco, fuerza es reconocer que no era sólo el rigor de la observancia lo que lo encendía. En efecto, no habrá pasado mucho tiempo, cuando el mismo Eugenio IV, probablemente a instancia del Conde, concede a las religiosas de Medina nuevas libertades y dispensas (Bolonia, 1437)  
«para sus enfermedades, flaqueças e otras passiones, el comer de la carne e traher más vestiduras e calçado, e tener más ropa en las camas de lo que avían acostumbrado e estaba ordenado en el dicho Monesterio, por las frialdades de la tierra… »[11].
A lo que añade el avisado compilador:
«Las otras [bullas] que están aquí son de privilejos concedidos a esta Casa, que en estas escripturas azen poco al caso, porque [bienen] contra otros privilejos más conplidos» [12].
Esto es, donde hay de más sobra lo de menos. Y aun no había transcurrido medio mes, cuando el mismo papa autoriza Letras de la Penitenciaría Romana con otro privilegio notable para todo el personal adscrito al convento medinés, monjas, criadas y asistencia: mediante ciertos ayunos semanales el primer año desde la notificación, indulgencia plenaria individual in articulo mortis, con facultad de elegir confesor [13].


El misterio de Doña Mencía
Volviendo al caso del Velasco y la Abadesa, ¿cómo se explica la ‘victoria’ (al menos moral) de ella, y de modo particular, que toda una bula papal de reforma quedara sin efecto mientras la señora vivió? ¿Quién era doña Mencía, o según otros, María Sarmiento? [15]
He ahí un misterio que creo haber aclarado, gracias a una nota circunstancial en otro documento ajeno al caso [14]. Una carpeta con papeles relativos a derechos sobre las Salinas de Añana nos permite escribir el nombre completo de la Señora como doña Mencía Sarmiento de Castilla y Velasco, como heredera parcial de los mismos, por parte de su padre Diego Gómez Sarmiento. En efecto, este caballero, caído en la batalla de Aljubarrota (14 de agosto de 1385) era viudo y heredero de doña Leonor de Castilla, fallecida dos años antes (1383).
Los papeles contienen, entre otras cosas, transcripciones de dos diplomas regios: un albalá de don Enrique II (1375) y su confirmación por privilegio rodado de don Juan I en Cortes de Soria (1380).
En sustancia, se trataba de una típica ‘merced enriqueña’, por la que don Enrique, dirigiéndose a su sobrina doña Leonor, le concede:
1) el señorío de la villa de Salinas de Añana con todas sus aldeas etc., a perpetuidad hereditaria, sin el señorío real de la renta de la sal etc., y sin las «mineras de oro et de plata et de otro metal, sy lo y a» (‘si lo hay allí’), que retiene la Corona; más
2), igualmente a perpetuidad hereditaria, una renta anual de 20.000 mrs. «en el Arca de la Sal de la dicha villa».
Por su parte, el rey don Juan I reconoce a doña Leonor, su prima, cómo por  «algunos negocios que vos recreçieron» ella no pudo formalizar la merced en privilegio.  Por lo cual él, a instancia suya, se la confirma y ratifica como tal en forma,  con algunas precisiones que no vienen al caso.


Esquema 1. El linaje de Dª María Sarmiento

Todo ello nos pone sobre la pista y revela la personalidad de la Abadesa. Era, ni más ni menos, nieta del príncipe don Fadrique de Castilla, el hermano de Enrique II de Trastámara, y por tanto bisnieta bastarda de Alfonso XI con su favorita Leonor Núñez de Guzmán.
Fadrique de Castilla tuvo descendencia al menos con dos damas: una Angulo, cristiana, y otra judía conversa apodada ‘La Paloma’. Leonor de Castilla debió de ser en la primera; y por su matrimonio con Diego Gómez Sarmiento y Velasco emparentó con los Velasco. Concretamente el Gómez Sarmiento y Juan Fernández de Velasco eran primos hermanos, y por tanto su hija la Abadesa Mencía y don Pedro, el futuro Conde de Haro, eran primos segundos.
Enrique II, por amor a su hermano Fadrique, asesinado en Sevilla por orden del hermanastro legítimo  don Pedro el Cruel, prohijó a sus sobrinos otorgándoles el apellido Enríquez, que algunos usaron con, o en vez de Castilla.
Doña Mencía tuvo, amén de dos hermanos varones, al menos dos hermanas a cuál mejor casadas: María Sarmiento, mujer de Fernán Pérez de Ayala, y Constanza Sarmiento, mujer de Carlos de Arellano.
Nuestra abadesa, que sería la menor de las tres, por humildad o por otros motivos no usó el apellido materno, de Castilla. Por ello, su verdadera personalidad y descendencia ha pasado desapercibida, creo yo, incluso a un erudito local como Sainz de Baranda [16], y a un historiador de la Provincia Franciscana de Castilla como el padre Uribe.
Nada tiene de extraño que un Velasco tuvo que tragar saliva ante tan alta Señora Abadesa, si hasta los papas la tuvieron en consideración. Sólo despues de muerta, la comunidad se somete con docilidad al menos aparente, y aceptan la reforma, total para seguir viviendo como antes o mejor, recompensadas con dispensas y comodidades.


Esquema 2. Entronque Sarmiento-Velasco






[1] José García Oro, ‘Conventualismo y Observancia’; en Historia de la Iglesia en España, BAC, 1980, 3/1, pág. 216).
[2] Algo al estilo de los montepíos italianos, iniciativa franciscana desde 1462.
[3] Sobre el personaje hay una buena semblanza de D. César Alonso de Porres: El Buen Conde de Haro. Don Pedro Fernández de Velasco [II]). Apuntes biográficos, testamento y codicilos. Burgos, 2009, ‘Asociación de Amigos de Medina de Pomar’. Del mismo autor: ‘El Hospital de la Vera Cruz’; en VV. AA.,  El Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar. Asociación de Amigos de Santa Clara, Medina de Pomar, 2004, págs. 330 y sigs.
[4] En Ángel Uribe, La Provincia franciscana de Cantabria. Tomo I (El franciscanismo vasco-cántabro desde sus orígenes hasta 1551), Aranzazu, 1988, pág. 226. «El padre que nos crió» era desde luego Villacreces.
[5] Uribe, o. cit., pág. 230.
[6] Uribe, o. cit., págs. 245-246.
[7] Perg. 26 y Sig. 01.13.
[8] Perg. 37.
[9] Perg. 35.
[10] Uribe, o. cit., págs. 183-185; y el documento ibíd. págs. 575-579. El padre Uribe no es exacto al referirse desde el principio a don Pedro como «Conde de Haro», pues no lo fue hasta 1430; como también es errata fechar en 1428 la bula de Eugenio IV, papa desde 1431. Canviene así mismo notar que Uribe no utilizó para esta obra el Archivo de Santa Clara de Medina.
[11]  Perg. 39.
[12] Ayerbe, Catálogo documental …, o. cit., pág. 41.
[13] Perg. 40.
[14] J. Moya, ‘Dos diplomas regios sobre Salinas de Añana’. Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (San Sebastián), 18/2 (2007), págs. 371-412. Sig. 36.12 (a, b); Sigs. 01.03 y o1.04
[15] En algunas anotaciones del Archivo de Santa Clara, el nombre de la abadesa se resuelve como María, en vez de Mencía, y algo de eso se refleja en el Catálogo de Ayerbe, donde Mencía Sarmiento aparece en fichas desde 1404 hasta 1413 (un par de veces como María). Pero en los documentos citado siempre aparece escrito Mençia Sarmiento, la cual se dice heredera de su padre Diego Gómez Sarmiento.
[16] Julián García y Sainz de Baranda, Apuntes históricos sobre la ciudad de Medina de Pomar. Burgos, 1917 (edic. facsim. Burgos, 1989), págs. 185 y sigs., donde debió decirlo.


  

4 comentarios:

  1. Cinco semanas de SILENCIO. ¿Porqué?. ¿No hay comentarios? Hay gente que lee, y aprende. Y no comenta por no tener nada que decir de momento. Pero aprende. ¿Hay pocas visitas? Cada uno encuentra lo que busca, tarde o temprano. Y se atiene a la veta encontrada. ¿Hace falta público? Predicar en el desierto no es sermon perdido, contra lo que el vulgo diga. A veces hay un ermitaño detras de una peña. Adelante.

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  2. Pura fatiga física, querido Anónimo.
    Este mes hemos tenido mucho trabajo, con mucho calor.
    Preparar el material lleva esfuerzo, y a veces los años pesan.
    Tal vez no hemos medido nuestra capacidad, contábamos con posibles colaboradores...

    Ahora bien, también cabía esperar algo de diálogo. Un blog-monólogo es de angustia. ¿Acertamos? ¿Vamos mal?... "¡Nada que decir!": señor mío, siempre hay lugar para un "me ha gustado, gracias"; o bien, "algo pesadito; ¿podrían aligerar la lectura?"

    En todo caso, bienvenido Ud. y su comentario. Lo de "Adelante" lo tomamos como palabra de aliento, o incluso como una orden amable.

    Un cordial saludo.

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  3. A mi me ha gustado mucho.... Sigan por favor. Yo les rezo ustedes sigan por favor!

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  4. A mi me ha gustado mucho.... Sigan por favor. Yo les rezo ustedes sigan por favor!

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