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domingo, 30 de septiembre de 2018

Los Velasco, entre la hagiografía y la historia

Algunas curiosidades del Archivo de Santa Clara de Medina

por Belosticalle



El sábado 22 de Septiembre por la tarde, en el  XX Encuentro ‘Casa de Velasco’, se celebró en el Alcázar de Medina de Pomar un acto cultural, donde fui invitado a ofrecer una ponencia sobre ‘Curiosidades del Archivo de Santa Clara de Medina’.

Es un archivo de monjas clarisas de clausura con siete siglos cumplidos de historia. También es un archivo amable, por varias razones. Su organización es perfecta, su Catálogo, modélico [1]. La disponibilidad y atención perfectamente franciscana hace grata las visitas. Y en fin, si te alargas un poco en la consulta, la hermana archivera sor Amaya te ofrece un café con leche y pastas exquisitas. Si a eso se suma la fortuna de encontrar informaciones tan interesantes como insospechadas a veces, ¿qué más puede pedir el investigador?

Como usuario veterano satisfecho, me agrada divulgar la bondad de ese Archivo compartiendo noticias suyas con la gente. Y fue lo que hice en dicho Encuentro Velasqueño. Lo primero, reiterando mi convicción de que el mismo lugar donde estábamos reunidos –el llamado tantas veces ‘Salón Noble’ del Alcázar– nunca fue tal cosa, sino el primer local que los Velasco diseñaron para su propio Archivo.
Así que:



Primera curiosidad: Identificación del Archivo Velasco en el Alcázar de Medina
Estudios recientes dan idea de la seriedad con que la Casa de Velasco trataba su documentación, empezando por sus títulos y privilegios, y cómo llegaron a organizar su Archivo Central, adoptando métodos cancillerescos [2]. En especial consta que ya en la primera mitad del siglo XV, en tiempos del Conde de Haro don Pedro (II) Fernández de Velasco, este Alcázar de Medina de Pomar tenía un aposento seguro y a buen recaudo para la guarda de documentos –digamos lisamente, un Archivo–, y que en 1461 el volumen de escrituras y su movimiento hizo aconsejable la composición de un extenso inventario o catálogo [3].
Ahora bien, nadie cita testimonio alguno sobre el lugar concreto del Archivo en este Alcázar. Mi conjetura partió de la observación de la alacena de arco escarzano abierta en el formidable muro de dicho salón, y que tiene su gemela en la sacristía del Coro de Santa Clara, donde antiguamente se guardaron los documentos principales del monasterio. La alacena de Santa Clara conserva su buena puerta de dos hojas de hierro forjado, con su barra de cierre también de hierro, aunque el gran candado de triple llave por desgracia se lo llevó un descuidero. La alacena del Alcázar está desnuda y sólo presenta el relieve donde estuvieron las puertas de forja.
La gran semejanza de ambas alacenas me hizo pensar en una misma traza y destino, teniendo en cuenta que los mismos Velasco señores del alcázar, eran los patronos del monasterio, donde impusieron su propio modelo de guarda de los documentos inamovibles. La idea se redondeó con otras observaciones, como el pasadizo de acceso con puerta tal vez doble en origen y seguramente también de hierro, junto con las características de la propia sala. También con datos circunstanciales, como el horror de los Velasco a perder sus papeles en un incendio –recordando ellos tal vez los que sus antepasados provocaron en las torres de sus enemigos–. O sus normas de seguridad para el manejo, compulsa y labor de escribanía en la propia sala, así como su regla de trabajar sin conversación. Esto último, no sin ironía, me hace pensar en esta gran sala cúbica de Medina, dotada de la peor acústica de toda Castilla, asegurada por su geometría parietal e imposible de remediar, pongamos el artesonado que se nos ocurra. Geometría impropia de cualquier ‘Salón Noble’, destinado a recepciones, a la charla, las veladas o la música.
Segunda curiosidad: El Archivo de Santa Clara es mayormente contable.
Volviendo al Archivo de Santa Clara. Computando las cerca de 3.000 fichas de su Catálogo, me resulta el siguiente reparto de documentos por categorías:

1.
2.
3.
4.
5.
Fundación, diplomas papales y regios:
Actividad interna:
Asuntos económicos:
Asuntos civiles:
Asuntos varios:
  5,0 %
  4,9 %
62,4 %
 17,7 %
 10,0 %

¡Cómo! En una comunidad de clarisas con voto de pobreza, la parte del león la llevan los asuntos económicos: ¡más del 60 %! Pues sí, más, muchísimo más. También todas las otras categorías, por algún lado tocan el dinero. Los ingresos de monjas, con su dote; el pago de tasas; sin olvidar los pleitos (casi una obligación de autorrespeto, en la época)... Hasta las bulas papales eran fuente de ingresos para la Sagrada Curia. Yo diría que Don Dinero está presente de algún modo en casi el 100 % del registro.
Los documentos principales, los de la 1ª clase, son pergaminos. El primero de todos, la Carta Fundacional (Baeza, 1313), de un militar de frontera y su mujer, dotando para un monasterio cerca de la villa de Medina, donde dormir ellos su sueño mortal, arrullados por la cantinela de 24 clarisas «de velo prieto», o sea oscuro tirando a negro. Una forma de distinguirlas de otras monjas y pseudo monjas de no sé qué velos.
Interesantes las bulas  papales. Aunque caras (y también por eso), daban prestigio al convento. Es curioso aquí distinguir bulas ‘del común’, o de serie, y bulas dedicadas, con mención de personas y sus circunstancias.  Aquí hay de todo. Muy interesante la llovida de bulas de Inocencio VI (1352-1362), cinco por lo menos en un solo día venturoso, 28 de enero de 1354, como si la Curia de Aviñón no tuviese otro pito que tocar [4].
Dichas bulas se despachan a petición «de la Abadesa y Convento, como también de Dª Elvira, viuda de Alonso Tenorio y de su hermana María, monja profesa en el mismo Monasterio». Hijas de los fundadores, la una era simple monja en Santa Clara, la otra viuda retirada aquí. Un mundo abierto a la especulación.
A las dos en comandita el papa les concede el privilegio vitalicio de tomar el control del convento, tanto en lo económico como en la designación de visitadores, confesores y demás clérigos al servicio o la intervención de la Casa. Es un documento de por vida, que es como decir con fecha de caducidad, pero revelador de un conflicto de poder a tres bandas: Santa Clara, los Velasco sus patronos y la orden masculina de San Francisco.
La larga historia de Siete Siglos de este monasterio –su VII Centenario se celebró en 2013– se puede dividir, según el Archivo, en varios períodos, desde una primera etapa bajo control Velasco, pasando por el distanciamiento de esta familia en Burgos y la Corte, hasta la definitiva dependencia de la rama masculina, que impone a las monjas la figura del fraile Vicario con sus adláteres confesores y predicadores etc., más el visitador regular, con la obligación de rendirle cuenta hasta el último maravedí.
Torres de Lezana en Mena y del Ribero en Montija

En sus tres primeras centurias (siglos XIV-XVI) Santa Clara reclutó sus monjas mayormente
en los solares y familias nobles de la región, hasta la Rioja y Navarra
De aquella primera etapa velasca, ya en su ocaso, quedan varios legajos de ingresos de monjas, con las capitulaciones económicas y jurídicas, igual que en los matrimonios. El acto se realizaba en la grada o locutorio del monasterio, a un lado de la reja la comunidad en pleno, al otro la representación familiar con el escribano. Estos documentos solemnes se acompañaban de las firmas de todas y cada una de las religiosas presentes, y gracias a ellos conocemos mucho mejor los nombres, calidad y número de religiosas en el siglo XVI, que en tiempos más recientes. Todo indica además que cada religiosa traía consigo su propia documentación familiar, que imaginamos guardada en alguna arqueta en su celda, hasta que al morir pasaba todo aquello al Archivo.
Cuando Santa Clara, por así decirlo, cae bajo el poder fiscalizador de la rama masculina de la orden franciscana, no faltaron frailes capaces de descifrar letras antiguas, siempre a la busca de dónde arañar alguna posible fuente de ingresos escondida. Y llama la atención la frescura de algunos comentarios despectivos añadidos de puño y letra: «documento inútil», «poco aprovecha»; en suma, nada que rascar en este papel. No es temerario suponer que otros muchos, ya sin interés económico, acabarían en el fuego para dejar holgura a los de algún provecho.

Tercera curiosidad: Se desvela el misterio de la Abadesa doña Mencía Sarmiento [5]
Pues bien, en la etapa velasqueña, Pedro (II) Fernández de Velasco y Solier, Señor de la Casa de Lara, Camarero Mayor Real y futuro I Conde de Haro, se empeñó en meter a todos los frailes y monjas de San Francisco en la vereda de la observancia, y a sus clarisas concretamente en la congregación de  Tordesillas.
En casi todas las órdenes religiosas la reforma en los siglos XV-XVI se impuso por la brava, incluso con sangre y muertes. Aquí no hubo sangre al río, aunque sí disputa entre la Abadesa vitalicia doña Mencía Sarmiento y el propio don Pedro Velasco.  Alegaba ella que la supuesta reforma era novedad innecesaria, contra el derecho de las monjas profesas. Y razón no le faltaba, pues según muchos, todo aquel revuelo de reformadores peleados entre sí –santoyanos contra villacrecianos– eran ganas de mandar y colocar a su gente, y las reformas eran más de sastrería que de otra cosa. No hay más que ver lo que pasa ahora con los partidos políticos para entender aquello, donde se movía poder, y con el poder, dinero [6].
Don Pedro era aquí el patrono indiscutible. Lo que siempre fue un enigma: cómo es que, con todo el carácter voluntarioso que siempre tuvo, no se salió con la suya mientra vivió su parienta, la abadesa. Y eso que el Velasco llevó la disputa hasta el papa Martín V (1417-1431), con insinuaciones .
El enigma, como a veces ocurre, se resolvió por pura chiripa, cuando al examinar yo unos papeles del Archivo sobre las Salinas de Añana, donde dicha señora tenía rentas de sal heredadas, pude trazar su genealogía y parentesco [7]. El resultado fue que Mencía y Pedro eran primos segundos; ella también una Velasco y descendiente directa de los fundadores de Santa Clara. Pero lo más importante para el caso: la Abadesa era bisnieta bastarda del rey Alfonso XI con doña Leonor de Guzmán, la madre de Enrique II y abuela de Juan I, los que tanto elevaron a la casa de los Velasco. Según eso, don Pedro no estaba en condiciones de imponer su voluntad a una dama muy superior a él en rango social, y así no tuvo más remedio que dejarse de reforma hasta  que ella se murió, en 1430. Para su rival don Pedro, un buen año, porque además de desaparecerle la abadesa respondona, el rey don Juan II le hizo I Conde de Haro, con señorío sobre esta importante villa riojana.
Fallece, pues, doña Mencía, como también el papa Martín, al que sucede Eugenio IV (1431-1447). Sin pérdida de tiempo, el flamante Conde estrena su título renovando las gestiones para meter a su Santa Clara en la dichosa reforma (1432).
Eugenio IV. Bula de mitigación y dispensas (Desde Bolonia, 1437)
Pronto se vio cómo la doña Mencía Sarmiento («que Dios perdone», es decir, ya difunta) no iba desacertada [8]. El mismo Conde reformador de este y otros conventos obtendrá del  papa Eugenio bulas con dispensas, permisos y mitigaciones de la observancia , «para sus enfermedades, flaquezas y otras pasiones», «máxime atendida la fragilidad del sexo femenino» y el rigor climático de Medina. Don Pedro, que no era precisamente tacaño, aunque miraba el gasto, se aplicó a la reconstrucción de este edificio de pacotilla y medio en ruina. Total, que las reformadas de Santa Clara vivían ahora con más comodidad que en tiempos de la Sarmiento: en mejor casa, mejor vestidas y calzadas, durmiendo en camas más calientes y con buena enfermería. Como debe ser.
En relación con esas obras, don Pedro tuvo la idea generosa de fundar un hospital para doce o trece pobres ‘continuos’ (o fijos) y para enfermos. Para ello pensó en un  ‘corral’ de su propiedad, pegado a la iglesia de Santa Clara. El Hospital de la Vera Cruz: institución modelo en su tiempo, porque su fundador era también un ordenancista modélico. La ruina consolidada del edificio da idea de su grandiosidad, aunque al mismo tiempo causa extrañeza: qué sentido práctico tenía semejante mole gótica, más parecida a una abadía-palacio que a una casa de beneficencia.
Todo tiene su explicación. Muchos hospitales antiguos siguen en pie porque se construyeron sólidos. Pero aquí es que, en efecto, la Vera Cruz era el palacio-abadía del propio Conde de Haro. Un cuasi abad, don Pedro, al frente de una docena de pobres elegidos por él, como Cristo a sus apóstoles, para vivir en comunidad monástica, según pretendía la rama espiritual del franciscanismo.
¡Pero cómo! El Velasco, ¿no estaba casado? Lo estaba, con Beatriz Manrique, gran ricahembra de estirpe regia, que (norma de Velascos) aportaba al matrimonio, junto con su aparato reproductor femenino, los dineros siempre necesarios a la gloria del  marido. Misiones ambas cumplidas, la señora no tenía sino que estar de acuerdo con la invitación del varón a vivir en castidad separados, él en su fundación con sus pobres, y ella donde fuese de su gusto. Y su gusto fue, una vez muerto el conde su marido, retirarse a pasar el resto de sus días con la hija de ambos, Leonor, abadesa de Santa Clara.
El tema del Hospital de la Vera Cruz da para otra velada, o dos. Aquí sólo adelanto que la licencia de fundación no la sacó el conde hasta 1434, ya desaparecido el estorbo de la abadesa Sarmiento. La cual, visto lo visto, casi seguramente se habría opuesto al trágala de aquella fundación varonil, con don Pedro y su ‘Cartuja’ pared de por medio.
Cuarta curiosidad: La ‘Abadesa Princesa’ doña Leonor de Velasco Manrique
El Conde de Haro tenía una hija, doña Leonor, que a punto estuvo de ser reina de Navarra, aunque terminó siendo Abadesa perpetua en Medina. Como es sabido, los dos reyes Juanes II, el de Castilla (1406-1454) y el de Aragón y Navarra (1425-1479) se llevaron fatal y hubo guerra [9]. El Velasco –siempre con provecho propio, regla de la familia– fue leal a su rey, que en su menor edad había tenido por ayo tutor a Juan de Velasco, el padre de nuestro conde.
Así, cuando el hijo de Juan II de Aragón y Navarra, el Príncipe de Viana Carlos, enviuda sin sucesión (1448), la mano de Leonor es objeto de trato entre nuestro don Pedro y el príncipe. El cual terminó enfrentado a su propio padre Juan II, con apoyo del partido navarro de los beamonteses, pero también de altos personajes castellanos, como el Conde de Haro.
Pero no es este lugar ni tiempo de repetir la historia de un príncipe tan culto como desdichado. Digamos sólo que en 1460, resuelto en apariencia el problema político, Carlos se estableció en Barcelona, donde volvió a plantearse su matrimonio, pero ya apuntando más alto, con Catalina de Portugal o Isabel de Castilla. Demasiado tarde, porque el pobre estaba muy acabado en lo físico, y murió de tuberculosis en septiembre de 1461. Eso sí, adorado de los catalanes, que le atribuyeron el olor de la santidad, con  milagros y apariciones, y hasta quisieron hacerle santo.
Desairada y desengañada, Leonor de Velasco aquel mismo año –no sé si antes o poco después de morir su príncipe azul– también ella dejó el mundo, para tomar el velo negro en Santa Clara de Medina, como abadesa vitalicia (1461-1494).
Diz que su padre solía llamarla ‘la Abadesa Princesa’. Si era cariño paterno, vaya; pero como recordatorio de la boda frustrada, habría que preguntar a la señora si le hacía gracia. Como digo: para otra velada.

Y quinta curiosidad: Habiendo sido, en siglos pasados, la falsificación de documentos una industria y un deporte, ¿hay falsificaciones en el rico Archivo de Santa Clara?
La respuesta es, sí. Y hasta tengo descubierto al falsario: fray Francisco Cavanzo, fraile franciscano. Pero como digo, esto, para otra velada.
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[1] Mª Rosa Ayerbe Iribar, Catálogo Documental del Archivo del Monasterio de Santa Clara. Medina de Pomar (1313-1968).  Villarcayo, 2000. De la misma autora: Catálogo documental del Archivo del Hospital de la Vera Cruz. Medina de Pomar (Burgos) 1095-2012. Villarcayo, 2013.  
[2] José A. Cuesta Nieto, “La administración de la Casa de Velasco en el siglo XVII”, HID (Univ. de Sevilla) 41 (2014): 179-203. Efrén de la Peña Barroso, “Los archivos señoriales castellanos a finales de la Edad Media”, Anuario de Estudios Medievales, 47/1 (2017): 239-265.
[3] Peña Barroso, o. cit., pág. 242. La ocasión para hacer el inventario fue la sustitución del alcaide Diego González de Rosales por Ferrán Sánchez de Alvarado, y encargo a Sancho Ferrandez de Angulo, vecino de la villa, de la custodia del archivo, separando así la función de archivero de la del alcaide.
[4] El Catálogo  de Ayerbe pone «Enero, 26», pero la fecha de las bulas existentes dice « V Kal(endas) februarii», 28 de enero. Y digo “por lo menos», porque de la misma fecha pudo haber otra bula, que no se encuentra. Como tampoco la que confirma Martín V (1428), de Inocencio VI, en 25 de febrero de 1354.
[5] Sobre lo que sigue, v. J. Moya, “La Abadesa que plantó cara al Conde”, en el blog ‘Las Centurias de Santa Clara’ (17/06/2013).
[6] Pedro de Villacreces (m. 1422) como reformador tuvo el raro mérito de no querer dividir a la orden franciscana en Castilla, y hasta rehusó para su movimiento el nombre de ‘observancia’, a diferencia de fray Pedro de Santoyo (h. 1377-1431), que se separó de él para liderar en España la ‘Observancia’ italiana promovida por san Bernardino de Siena; v. Ángel Uribe, La Provincia franciscana de Cantabria. Tomo I (El franciscanismo vasco-cántabro desde sus orígenes hasta 1551), Aranzazu, 1988, pág. 226. Pedro Fernández de Velasco fue adepto de Villacreces mientras vivió, y en Medina tomó por confesor al villacreciano fray Lope de Salinas. Pero luego el Velasco  se hizo ‘bernardino’ acérrimo, hasta el punto de que fray Lope cuando muere en la villa en 1463 había caído en desgracia del Conde de Haro.
[7] Cfr. J. Moya, “Dos diplomas regios sobre Salinas de Añana”. Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (San Sebastián), 18/2 (2007), págs. 371-412.
[8] Es decir, difunta. La expresión se lee en una carta de las monjas de Medina sometiéndose a Tordesillas. Uribe, o. cit., págs. 183-185; y el documento ibíd. págs. 575-579. El padre Uribe no es exacto al referirse desde el principio a don Pedro como «Conde de Haro», pues no lo fue hasta 1430; como también es errata fechar en 1428 la bula de Eugenio IV, papa desde 1431. Conviene así mismo notar que Uribe no utilizó para esta obra el Archivo de Santa Clara de Medina, y por eso desconoce o confunde cosas importantes.
[9] Rey consorte de Navarra (1425) por su matrimonio (1420) con Blanca, la hija de Carlos III el Noble. Rey propietario de Aragón, a la muerte de su hermano Alfonso V el Magnánimo.
   



lunes, 29 de julio de 2013

LAS DESAMORTIZACIONES
Y EL CONVENTO MEDINÉS DE SANTA CLARA

por Antonio Gallardo Laureda


Durante una reciente tertulia mantenida en uno de los locutorios del Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar, a raíz de una observación surgida a propósito de algún préstamo hecho por las monjas a muy altos personajes en varias ocasiones históricas, se elucubraba sobre cual sería la cuantía y rentabilidad de los bienes que poseyó este monasterio para que, antes de las requisas provocadas por los diferentes decretos desamortizadores del siglo XIX, que tan esquilmadas económicamente las dejaron, permitieran a la comunidad religiosa vivir con indudable desahogo.  
La cosa quedó en eso, en elucubraciones, pero al que esto escribe le quedó el gusanillo de tratar de averiguarlo.
La estupenda labor desarrollada por la profesora Rosa Ayerbe en el archivo del monasterio, magistralmente expuesta en el CATÁLOGO DOCUMENTAL DEL MONASTERIO DE SANTA CLARA DE MEDINA DE POMAR, editado por la Comunidad en el verano del año 2000, nos ha permitido matar, aunque sea de forma parcial, ese gusanillo.
En la sección 35, signatura 53.28, existe un cuaderno de 93 folios de papel en los que se recogen todas las propiedades del monasterio al 22 de enero del año 1821, esto es, pocos años antes  de que comenzasen a entrar en vigor las disposiciones desamortizadoras del ministro Mendizábal, luego seguidas, para remachar la faena, por el también ministro Madoz en 1855.
La lectura de esta relación, y teniendo en cuenta que el monasterio de Clarisas medinés no era, en esas fechas, de los más poderosos, ni mucho menos, nos da idea de la magnitud que debió alcanzar el fenómeno de la desamortización y sus consecuencias, pues llegó a afectar a más del 20% de la superficie nacional.
El título del cuaderno en cuestión es “Relación que demuestra las heredades, enfiteusis, censos, réditos perpetuos, juros, vales reales y otros efectos que corresponden al convento de Santa Clara de esta villa de Medina de Pomar, sacada por las razones dadas por los renteros actuales y de los apeos más modernos, salvo la que resulte de los instrumentos de pertenencia del más haber que haya o no, que exige otra operación más exacta y circunstanciada. Año de 1821, 12 de enero” y contiene diversos bienes raíces agrupados por sus renteros titulares y, claro está, por los pueblos donde se ubican.
Así, el primer grupo a que se hace referencia son las heredades que el monasterio poseía en la propia villa de Medina de Pomar y cedidas en renta al vecino José Pereda “…una huerta de 15 celemines de sembradura y otra de 3 en el lugar de San Mateo; otro rodillo en el sitio que llaman de Las Cuadrillas, y una casa pequeña sobre el río que se dice Barbadillo…” quien pagaba por ellas al año doce fanegas de trigo y cebada por mitad.
Una heredad de 4 fanegas en el término de Pradoncillo perteneciente a Medina  y “… otra heredad en el alto de Loma, de una fanega y media” estaban arrendadas a Mauricio Brizuela , quien abonaba por ello al año siete fanegas, mitad trigo y mitad cebada, que no estaba mal.
También sitas en Medina de Pomar se cita un tercer grupo con 19 pequeñas heredades (menos de 3 fanegas) esparcidas por los términos de Los Ciruelos, Ontanilla, San Lorenzo, Navas, Las Molineras, Barbadillo, Las Lagunas, Calzadilla, San Juan, Pomar, Portiquillo, Los Olmos, Agustina, Cerezo, San Sebastián, Sendero del Prado, Santo Domingo y otros. Todo este grupo lo llevaba en renta, por nueve años, a partir del 1 de septiembre de 1821, el también vecino de Medina de Pomar  Vicente Cárcamo, quien debería pagar cada año 48 fanegas de trigo y cebada por mitad “y libre de piedra”, o sea, limpio.
Y, así, hasta un total de 99 grupos de heredades que se habían cedido en alquiler, entre las que también se citan muchas otras propiedades esparcidas en una extensa área, pues en la larga relación aparecen arriendos en La Rad, Bisjueces, Granja de Robredo, Pomar, Torme, Miñón, Villarías, Casillas, Villanueva Ladrero, Villacomparada, Moneo, Bocos, Quintanillas (Bureba), Paralacuesta, Villarcayo, Orna, Andino, Andinillo, Quintanalacuesta, Villamezán, Oteo, Frías, Baranda, Villalaín, Gayangos, Lozares, Pradolomata, Santa María Garoña, Castrobarto, La Riba, Salazar, La Aldea, Escaño, Escanduso, Rosío, Torres, Vado, Campo, Mozares, Fresnedo, Villarán, Paralacuesta, La Orden, Arenillas de Bureba, Villadiego, La Ribera, Quintanamacé, Artieta, Santiago de Tudela, Vernandúlez, Tobera, Bricia, Santurde y  otros muchos pueblos y aldeas que, a veces, escapaban de lo que hoy en día podríamos llamar “lógica área de influencia”.
Como es natural, con esas y otras fuentes financieras de tan sólida apariencia poco podían sospechar las religiosas que el revolucionario, brutal, injusto (sólo Madoz dispuso alguna especie de compensación económica al embargo de los bienes afectados) y, al final, poco eficaz para los fines que se pretendían,  embargo y despojo de bienes que sufrieron pueblos y órdenes religiosas durante todo el siglo XIX, las iba a dejar en una penosa situación, de la que sólo su fe, su mal pagado trabajo y la caridad humana han logrado, no sólo que el monasterio superviva en la actualidad, sino que haya vuelto a alcanzar altas cotas de religiosidad y brillantez.  



Tanto en las alavesas Salinas de Añana (foto) como en las burgalesas de Rosío, 
tuvo Santa Clara de Medina una fuente de ingresos considerable

lunes, 17 de junio de 2013

La Abadesa que plantó cara al Conde

por Jesús Moya


Pórtico de Santa Clara y ruina del Hospital de la Vera Cruz


La vida religiosa, como todo lo humano, ha tenido sus altibajos, concretamente en el capítulo de la disciplina y su ‘observancia’. Esta última palabra ha sido muy traída en la historia de las órdenes religiosas.
No entramos aquí en lo que es, o ha sido, la observancia monástica en general. Podríamos definirla como lo contrario de ‘relajación’, pero entonces estamos haciendo juicio de valor, decantándonos por lo mejor o bueno frente a lo peor o malo.
Y no. Históricamente es más objetivo considerar la Observancia como uno de dos bandos enfrentados en cada orden religiosa, con ocasión del movimiento reformista general en la Iglesia en los siglos XIV-XVI. El otro bando se llamó convencionalmente la Claustra.
La Baja Edad Media registra una decadencia y desprestigio general de muchas instituciones eclesiásticas y del clero, incluidas las órdenes religiosas. Causas internas fueron la autoestima desmedida y la ambición corporativa y personal de los propios monjes y frailes. Entre las causas externas se cuentan la Gran Peste y el Gran Cisma.
El espectáculo deplorable de muchos conventos provocó tomas de conciencia y esfuerzos de reforma, en principio desde dentro, con apoyo exterior eclesiástico y civil.
Pero hay que distinguir una reforma de mínimos, necesaria para extirpar los abusos graves, y otro tipo de reforma más exigente y maximalista. A muchos religiosos les parecía que, corregido lo peor,  era suficiente, manteniendo por lo demás una vida conventual o  claustral acorde con la marcha de los tiempos. Si algún fraile deseaba ser más perfecto, que lo fuese para sí, o bien en conventos especiales, sin romper la común obediencia. Estos defensores del status quo se conocieron como conventuales o claustrales: la ‘Claustra’, como les llamaban con desprecio sus contrarios, los de la ‘Observancia’.
La Observancia aspiraba a más: interpretación literal de la Regla, retorno a las raíces de la orden, a la supuesta forma de vida del fundador y sus discípulos inmediatos. Las pretensiones incluían mayor rigor y disciplina para todos, ampliar el calendario de ayunos y penitencias, modificar la tela y forma de los hábitos, prescindir del calzado y hasta hacer vida ermitaña, más alguna que otra extravagancia. Estos reformadores se llamaban a sí mismos espirituales, celantes, observantes etc., y casi siempre terminaban exigiendo la secesión, en conventos y bajo superiores propios.
Al hablar de religiosos se habla de comunidades, con sus bienes, patrimonio y obediencia; o mando, que da lo mismo. Se habla, pues, de intereses en conflicto. En efecto, hubo enfrentamientos incluso violentos. Y como dice un historiador a propósito: «a la Claustra le tocó perder y a la Observancia ganar» [1]
En aquellas guerras, cada parte se buscaba apoyos fuera, en el poder eclesiástico y seglar. Muchos obispos eran frailes y muchos frailes eran confesores de obispos y de reyes o señores. El gran motor de la reforma en España fue un cardenal franciscano. Se llamaba fray Francisco Jiménez de Cisneros. Era un varón tan prudente como recto, al que no lo gustaba que le llevasen la contraria.
El mismo diablo, que hasta del bien saca tajada, no pocas veces se puso a la cabeza de la manifestación, como en los asaltos a conventos, con resultado de riñas, heridas y muertes. Sin tanto escándalo, tampoco fue edificante el caso de Santa Clara de Medina, como vamos a ver.


Don Pedro, patrono de Santa Clara
En 1418 muere en Tordesillas Juan Fernández de Velasco, a consecuencia de un saetazo grave recibido cuatro años antes en la conquista de Antequera. Le sucede como cabeza de linaje su primogénito, el joven Pedro Fernández de Velasco Solier (h. 1399-1470).
No conocemos bien los primeros pasos del que más tarde fue I Conde de de Haro (1430). Se dice que llevó vida disipada. Hasta que un día cambió, quedando como ‘El Buen Conde’, para el recuerdo.
Fray Pedro de Villacreces
El converso don Pedro anduvo en la esfera de influencia de la reforma franciscana de fray Pedro de Villacreces (m. en 1422), secundado por sus discípulos fray Lope de Salazar y de Salinas (h. 1393-1463) y fray Pedro Regalado (1390-1456; beato en 1684; santo en 1746).
La relación entre fray Lope y don Pedro no fue siempre fácil. Bajo inspiración del fraile, el de Velasco hizo cosas tan buenas como las ‘Arcas de Misericordia’, depósitos de grano para préstamo blando, una forma de combatir la usura [2]. Como también, a la manera franciscana, fue pacificador político y social. Fundó conventos, pero sobre todo el gran ‘Hospital de la Vera Cruz’ (1455) anejo a Santa Clara de Medina, donde él mismo terminaría encerrándose con sus ‘cartujos’, pared de por medio con las monjas, como eco lejano de los ‘monasterios dobles’ medievales [3].
Ahora bien, como buen converso, al buen señor a veces se le iba la mano en lo tocante a la reforma. Y ese celo indiscreto y entrometido le indispuso con Salinas y –lo que aquí nos importa– le enfrentó a la Abadesa de Santa Clara.
Es cosa de notar que, como reformadores de la orden en Castilla, ni Villacreces ni sus discípulos quisieron llamarse ‘observantes’. Su proyecto, aunque muy austero, fue conciliador y no secesionista, a diferencia del de otro discípulo suyo, fray Pedro de Santoyo (h. 1377-1431), que terminó adhiriéndose a la Observancia italiana de San Bernardino de Siena.
Así hubo que distinguir aquí entre villacrecianos y santoyanos, como familias no bien avenidas. Sobre todo, desde 1446, cuando los Observantes se separan de los Conventuales, manteniéndose los villacrecianos de Salinas y de Regalado integrados en la Claustra de la Provincia de Castilla. Todavía hacia 1457 escribía fray Lope de Salinas en sus Satisfacciones (I):
      «Fasta hoy, nunca nosotros nos llamamos, ni el vulgo nos llama Observantes, ni el padre que nos crió lo aceptó, ni nos tenemos por Observantes verdaderos. Non curando agora, nin curaremos, de connominación nueva, sobre la que tenemos de Frailes Menores de San Francisco… » [4]
Este escrito es eco de los esfuerzos de Salinas por mantener paradójicamente su autonomía frente a una Observancia santoyana prepotente, que incluso por la fuerza fue suplantando a los claustrales en sus casas. El Conde de Haro se sumó a esta corriente, y fray Lope le cayó en desgracia. Muere éste en San Francisco de Medina (1463), y a pocos años, 10 a lo sumo, su ‘familia’ se absorbe en la Provincia Observante de Castilla [5].
Con todo, se dio la anomalía de que tanto este convento como el de Frías reaparecen bajo régimen claustral (es decir, no observante) en el siglo XVI, hasta 1524, en que por la brava y con apoyo del Condestable don Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528) serán reducidos a la Observancia propiamente dicha [6].
La reforma de la monjas
Los conventos femeninos fueron en esto a remolque de los frailes (nada que ver con lo que será la reforma del Carmelo con Santa Teresa).
En origen (1313), Santa Clara de Medina caía bajo la jurisdicción del Obispo de Burgos, salvo los privilegios o exenciones de derecho papal a la Orden franciscana y a las clarisas, o a este monasterio en particular. Ya la Regla de Santa Clara (1253) reconocía la figura del visitador general franciscano, que según Urbano IV (1261-1264) sería nombrado por el Cardenal Protector de la orden para girar visitas anuales. Un método de control que, con la propagación fabulosa de estas monjas, resultó fallido incluso en Italia.  Eso sin contar los patronazgos y el carácter nobiliario de muchos monasterios.
Así, una bula de Inocencio VI (1354) puso a Santa Clara de Medina bajo protección directa de la Santa Sede, bajo la regla mitigada de Urbano IV. Y el mismo año el mismo Inocencio, mediante otra bula –¡reiterada el año siguiente!– reconocía a la Abadesa y a otra hermana suya religiosa, hijas de los fundadores, el privilegio sorprendente de elegirse ellas mismas de por vida al visitador apostólico. Más aún, al fallecimiento de ambas religiosas, su derecho personal de nombramiento pasaría al capítulo conventual, sin perjuicio de que el General de la Orden era dueño de visitar el monasterio medinés siempre que quisiera [7]. Aquí conviene recordar que Inocencio VI no fue ningún enemigo de la observancia franciscana, más bien lo contrario.
Santa Clara la Real de Tordesillas - Compás
La reforma femenina en Castilla parte del convento de Santa Clara de Tordesillas (1363), con el enigmático fray Fernando de Illescas como visitador general (1380), nombrado por el cardenal Pedro de Luna, siendo ‘papa’ en Aviñón Clemente VII, frente al papa de Roma Urbano VI.
No consta ninguna pretensión del Illescas para visitar Santa Clara de Medina.  Sí en cambio por parte de su sucesor en el cargo, fray Francisco de Soria, monje jerónimo de Fresdeval (en Villatoro, Burgos), que sorprende a nuestras monjas exhibiendo un breve de Martin V (marzo de 1428), facultándole para visitar el monasterio medinés y ajustarlo a la observancia de Tordesillas.
Cierto que el papa doraba la píldora con la comunión de gracias, exenciones e indulgencias de aquel convento vallisoletano [8]. Y como para más enredo, de forma un tanto extraña, el més siguiente (abril de 1428) confirmaba la citada bula de Inocencio VI, es decir, Santa Clara de Medina seguía bajo protección directa del papa, y bajo la regla urbanita [9].
¿De dónde vino esta mudanza?
Todo hace pensar que el don Pedro Fernández de Velasco no se llevó nada bien con la Abadesa perpetua doña Mencía Sarmiento, que por otra parte era parienta suya. Y hasta es posible que la animosidad viniese ya de tiempos de Juan Fernández de Velasco, con dimes y diretes sobre la vida de las monjas, sobre todo a cuenta de la clausura. Lo digo porque en 1413 doña Mencía, en un requerimiento notarial, cuidaba de presentarse como «dueña encerrada», es decir, no dispuesta a pedir licencia alguna para salir, cuando consta que para casos graves era factible.
La cosa se puso fea cuando don Pedro se empeña en meter a sus monjas en la vereda de Tordesillas, y por su cuenta, como patrono, se dirige a la Santidad del  papa Martín, pintándole un cuadro de relajación escandalosa que dejó atónita a la propia curia, tan curada de espantos en esta materia.
Doña Mencía por su parte protestó contra tal calumnia. Y algún prestigio tendría la dama, cuando nada se hizo en lo poco que les quedó de vida a ella y al papa.
Bajo el nuevo pontífice Eugenio IV (marzo de 1431- 1447), y ya titulado I Conde de Haro, el Velasco vuelve de inmediato a la carga. Esta vez con éxito. En 1432, una carta de las monjas de Medina sometiéndose a Tordesillas menciona a «doña Mencía Sarmiento, que Dios perdone», es decir, difunta [10].
Sin poner en duda el celo reformatorio del Velasco, fuerza es reconocer que no era sólo el rigor de la observancia lo que lo encendía. En efecto, no habrá pasado mucho tiempo, cuando el mismo Eugenio IV, probablemente a instancia del Conde, concede a las religiosas de Medina nuevas libertades y dispensas (Bolonia, 1437)  
«para sus enfermedades, flaqueças e otras passiones, el comer de la carne e traher más vestiduras e calçado, e tener más ropa en las camas de lo que avían acostumbrado e estaba ordenado en el dicho Monesterio, por las frialdades de la tierra… »[11].
A lo que añade el avisado compilador:
«Las otras [bullas] que están aquí son de privilejos concedidos a esta Casa, que en estas escripturas azen poco al caso, porque [bienen] contra otros privilejos más conplidos» [12].
Esto es, donde hay de más sobra lo de menos. Y aun no había transcurrido medio mes, cuando el mismo papa autoriza Letras de la Penitenciaría Romana con otro privilegio notable para todo el personal adscrito al convento medinés, monjas, criadas y asistencia: mediante ciertos ayunos semanales el primer año desde la notificación, indulgencia plenaria individual in articulo mortis, con facultad de elegir confesor [13].


El misterio de Doña Mencía
Volviendo al caso del Velasco y la Abadesa, ¿cómo se explica la ‘victoria’ (al menos moral) de ella, y de modo particular, que toda una bula papal de reforma quedara sin efecto mientras la señora vivió? ¿Quién era doña Mencía, o según otros, María Sarmiento? [15]
He ahí un misterio que creo haber aclarado, gracias a una nota circunstancial en otro documento ajeno al caso [14]. Una carpeta con papeles relativos a derechos sobre las Salinas de Añana nos permite escribir el nombre completo de la Señora como doña Mencía Sarmiento de Castilla y Velasco, como heredera parcial de los mismos, por parte de su padre Diego Gómez Sarmiento. En efecto, este caballero, caído en la batalla de Aljubarrota (14 de agosto de 1385) era viudo y heredero de doña Leonor de Castilla, fallecida dos años antes (1383).
Los papeles contienen, entre otras cosas, transcripciones de dos diplomas regios: un albalá de don Enrique II (1375) y su confirmación por privilegio rodado de don Juan I en Cortes de Soria (1380).
En sustancia, se trataba de una típica ‘merced enriqueña’, por la que don Enrique, dirigiéndose a su sobrina doña Leonor, le concede:
1) el señorío de la villa de Salinas de Añana con todas sus aldeas etc., a perpetuidad hereditaria, sin el señorío real de la renta de la sal etc., y sin las «mineras de oro et de plata et de otro metal, sy lo y a» (‘si lo hay allí’), que retiene la Corona; más
2), igualmente a perpetuidad hereditaria, una renta anual de 20.000 mrs. «en el Arca de la Sal de la dicha villa».
Por su parte, el rey don Juan I reconoce a doña Leonor, su prima, cómo por  «algunos negocios que vos recreçieron» ella no pudo formalizar la merced en privilegio.  Por lo cual él, a instancia suya, se la confirma y ratifica como tal en forma,  con algunas precisiones que no vienen al caso.


Esquema 1. El linaje de Dª María Sarmiento

Todo ello nos pone sobre la pista y revela la personalidad de la Abadesa. Era, ni más ni menos, nieta del príncipe don Fadrique de Castilla, el hermano de Enrique II de Trastámara, y por tanto bisnieta bastarda de Alfonso XI con su favorita Leonor Núñez de Guzmán.
Fadrique de Castilla tuvo descendencia al menos con dos damas: una Angulo, cristiana, y otra judía conversa apodada ‘La Paloma’. Leonor de Castilla debió de ser en la primera; y por su matrimonio con Diego Gómez Sarmiento y Velasco emparentó con los Velasco. Concretamente el Gómez Sarmiento y Juan Fernández de Velasco eran primos hermanos, y por tanto su hija la Abadesa Mencía y don Pedro, el futuro Conde de Haro, eran primos segundos.
Enrique II, por amor a su hermano Fadrique, asesinado en Sevilla por orden del hermanastro legítimo  don Pedro el Cruel, prohijó a sus sobrinos otorgándoles el apellido Enríquez, que algunos usaron con, o en vez de Castilla.
Doña Mencía tuvo, amén de dos hermanos varones, al menos dos hermanas a cuál mejor casadas: María Sarmiento, mujer de Fernán Pérez de Ayala, y Constanza Sarmiento, mujer de Carlos de Arellano.
Nuestra abadesa, que sería la menor de las tres, por humildad o por otros motivos no usó el apellido materno, de Castilla. Por ello, su verdadera personalidad y descendencia ha pasado desapercibida, creo yo, incluso a un erudito local como Sainz de Baranda [16], y a un historiador de la Provincia Franciscana de Castilla como el padre Uribe.
Nada tiene de extraño que un Velasco tuvo que tragar saliva ante tan alta Señora Abadesa, si hasta los papas la tuvieron en consideración. Sólo despues de muerta, la comunidad se somete con docilidad al menos aparente, y aceptan la reforma, total para seguir viviendo como antes o mejor, recompensadas con dispensas y comodidades.


Esquema 2. Entronque Sarmiento-Velasco






[1] José García Oro, ‘Conventualismo y Observancia’; en Historia de la Iglesia en España, BAC, 1980, 3/1, pág. 216).
[2] Algo al estilo de los montepíos italianos, iniciativa franciscana desde 1462.
[3] Sobre el personaje hay una buena semblanza de D. César Alonso de Porres: El Buen Conde de Haro. Don Pedro Fernández de Velasco [II]). Apuntes biográficos, testamento y codicilos. Burgos, 2009, ‘Asociación de Amigos de Medina de Pomar’. Del mismo autor: ‘El Hospital de la Vera Cruz’; en VV. AA.,  El Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar. Asociación de Amigos de Santa Clara, Medina de Pomar, 2004, págs. 330 y sigs.
[4] En Ángel Uribe, La Provincia franciscana de Cantabria. Tomo I (El franciscanismo vasco-cántabro desde sus orígenes hasta 1551), Aranzazu, 1988, pág. 226. «El padre que nos crió» era desde luego Villacreces.
[5] Uribe, o. cit., pág. 230.
[6] Uribe, o. cit., págs. 245-246.
[7] Perg. 26 y Sig. 01.13.
[8] Perg. 37.
[9] Perg. 35.
[10] Uribe, o. cit., págs. 183-185; y el documento ibíd. págs. 575-579. El padre Uribe no es exacto al referirse desde el principio a don Pedro como «Conde de Haro», pues no lo fue hasta 1430; como también es errata fechar en 1428 la bula de Eugenio IV, papa desde 1431. Canviene así mismo notar que Uribe no utilizó para esta obra el Archivo de Santa Clara de Medina.
[11]  Perg. 39.
[12] Ayerbe, Catálogo documental …, o. cit., pág. 41.
[13] Perg. 40.
[14] J. Moya, ‘Dos diplomas regios sobre Salinas de Añana’. Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (San Sebastián), 18/2 (2007), págs. 371-412. Sig. 36.12 (a, b); Sigs. 01.03 y o1.04
[15] En algunas anotaciones del Archivo de Santa Clara, el nombre de la abadesa se resuelve como María, en vez de Mencía, y algo de eso se refleja en el Catálogo de Ayerbe, donde Mencía Sarmiento aparece en fichas desde 1404 hasta 1413 (un par de veces como María). Pero en los documentos citado siempre aparece escrito Mençia Sarmiento, la cual se dice heredera de su padre Diego Gómez Sarmiento.
[16] Julián García y Sainz de Baranda, Apuntes históricos sobre la ciudad de Medina de Pomar. Burgos, 1917 (edic. facsim. Burgos, 1989), págs. 185 y sigs., donde debió decirlo.