Los Papas de Santa Clara - Centuria Primera
Jesús Moya
El primer ‘Papa de
Santa Clara’ –en el sentido que dijimos, de conceder al Monasterio bulas y
privilegios– fue Juan XXII (1316-1334). Fue también el primer ‘Papa de Aviñón’,
porque su predecesor Clemente V no tuvo su corte allí, sino en Carpentrás, que era
la capital de aquel pequeño estado pontificio en la Provenza.
Aquí es donde
se inauguró el cónclave, muy reñido entre 23 cardenales a dos bandas, gascones
y franceses frente a una minoría italiana, divididos también entre güelfos y
gibelinos, más otras rivalidades personales de verdadero escándalo.
Por si fuera poco,
la despensa papal se agotó y hasta se peleaban por la comida. La tensión estalló en julio,
dicen que por un reyerta entre criados, más la irrupción de Beltrán de Got –el
sobrino favorito del papa difunto– con su mesnada de gascones, pegando fuego a
la crujía de palacio donde se alojaban los italianos, que huyeron en
desbandada. Por poco no arde toda Carpentras. Así el cónclave se suspende por
fuerza mayor, aunque también por culpa de los cardenales.
Dos años pasarán,
hasta que los conclavistas vuelvan a reunirse, esta vez en el convento de los
dominicos de Lyon (junio 1316). A todo esto, Felipe le Bel de Francia había muerto (noviembre
1314), sucediéndole un pobre Luis X en apuros.
Si una intrusión
violenta había interrumpido el cónclave, otra forzó el desenlace: Felipe II de
Navarra, Conde de Poitiers y hermano del nuevo rey, en cuanto tuvo encerrados a
los conclavistas, les anuncia que son sus prisioneros y no saldrán de allí si
no sacan papa. Aun
así, el negocio se alargó otros 40 días, hasta el 7 de agosto, en que sale
elegido el Cardenal Obispo de Porto, Jacobo d’Euse. Se llamó Juan XXII.
Tenía 72 años, y bien que los representaba: un anciano, para su época.
¿Cómo se llegó a
este acuerdo? La
historia convencional dice que por unanimidad. Así lo anunció el propio papa en
su primera encíclica a los reyes y príncipes cristianos, donde añadía: «Sacudidos
de temor y temblor, vacilamos con vehemencia» antes de dar el sí.
Un gesto formulario casi obligado.
Pero corrió otra versión
muy diferente, caso único en toda la historia del Papado, e incompatible con
esa expresión humilde. No
pudiendo entenderse los electores, a la desesperada, nombran compromisario al
viejo y caduco Cardenal de Porto. El cual dejó estupefactos a todos con esta salida, la que
menos esperaban oír: «Ego sum papa».
Esta versión del
compromiso y «el papa soy yo» la contó primero el historiador
florentino Juan Villani, y por más que algunos digan que se la inventó, otros
cronistas serios, como el dominico Chacón y el cardenal Baronio, la dieron por
buena, o al menos creíble. Incluso
parece que el autoelegido había andado por el cónclave todo doblado y
renqueando sobre su bastón, haciéndose el achacoso y más viejo aún de lo que
era, para engañar a los colegas y que salieran del paso eligiendo a un
moribundo. «Les engañó a todos», sentenciaba Chacón. En cuanto a Villani,
lejos de denigrar a Juan XXII, es el cronista que más le alaba en todos los
sentidos.
Sea como fuere, ese
es todo el alcance de la expresión que me sirve de título: El Papa que se eligió a sí mismo.
¿Quién
era Don Jacobo?
Desde luego, un
hombrecillo enclenque y «tan feo como Zaqueo» (según el letrado
Ferreto da Vicenza), pero estudioso, inteligente y tenaz, gran jurista. Sobre su cuna se dijo de todo:
plebeyo, hijo de un zapatero, incluso zapatero remendón, según unos; para otros
noble de alcurnia. Ni tanto, ni tan calvo, su padre fue un burgués
importante de Cahors.
Jacobo d'Euse hizo carrera por
mérito propio, pagándose los estudios de Medicina y Derecho, primero como
repetidor particular, luego como preceptor de nobles, lo que sin duda le ayudó
en su ascenso. En 1310 fue obispo de Aviñón, y sólo dos años después,
1312, Clemente V le nombra cardenal, por sus servicios en el Concilio de Viena.
[Le recuerdo en su
tumba, en su pequeña catedral pontificia de Notre Dame, en Aviñón. Un obispo como otro
cualquiera. No sabía yo entonces que la cabeza de la estatua es prestada.]
Sobrio y austero, su
primer cuidado fue sanear la hacienda pontificia. Para lo cual no dudó en servirse de la
cancillería, emitiendo bulas que se hacía pagar a buen precio. Esto baste por
ahora, para no distraernos de nuestro tema.
Las bulas de Juan
XXII, personalizadas para Santa Clara, las agenció la fundadora doña Sancha
Carrillo, viuda de Velasco. Sin duda le parecieron un requisito para
prestigiar a su monasterio, que años más tarde dotaría con esplendidez.
Las bulas son
básicamente tres, todas de Aviñón:
Por la primera, de
13 de agosto, el papa concede indulgencias a los que visiten la iglesia y hagan
algún donativo o limosna al convento en las fiestas de la Virgen y de Santa
Clara.
Por la segunda, de
17 de septiembre, Santa Clara participa con los demás conventos de monjas de la
orden, «llámense clarisas, damianitas o minorisas», exención
total de diezmos, gabelas y demás tributos a autoridad eclesiástica ni seglar.
Es por tanto un privilegio de carácter general, pero como digo, personalizado
para las monjas de Medina.
Ésta es la que podríamos
llamar ‘la perla del Archivo’, por su importancia económica para tantos
conventos de clarisas. Tantos,
que de hecho tanta largueza se quedará en papel mojado, a tenor de los tiempos,
y tambien de la estricta justicia, tratándose de conventos como el de Medina,
ricos en posesiones y rentas. Además, ¿quién era el papa para dispensar en lo
que no era suyo, la tributación al fisco y las cargas comunales? Santa Clara
conservó sus bulas como oro en paño, e hizo bien. Pero pagar, lo que
se dice pagar impuestos, vaya si pagó.
Conozcamos la sustancia del
documento:
Juan obispo, Siervo de los Siervos de Dios. A todas las
dilectas hijas en Cristo, abadesas y conventos de monjas de clausura, llámense
de la Orden de Santa Clara, o de San Damián, o Minorisas, Salud y bendición
Apostólica.
Sacra nostra Religio, es nuestro
deber sagrado: En atención al voto de pobreza voluntaria, con sus secuelas de
necesidad, y a imitación del papa Bonifacio VIII,
por
la autoridad de las presentes os concedemos la exención de diezmos de
cualesquiera posesiones y demás bienes vuestros, tanto los presentes como los
que por favor de Dios adquiráis en el futuro, o de contribuciones a las
procuras de cualesquiera ordinarios, como también legados y nuncios de la Sede
Apostólica, y de cualesquiera tallas y colectas, y que para nada estéis
obligadas a prestar peajes, toloñas y demás exacciones a cualesquiera reyes,
príncipes u otras personas seglares, ni podáis en modo alguno ser compelidas a
ello.
Por tanto, a nadie en absoluto sea lícito infringir esta
página de nuestra concesión, o con osadía temeraria ir contra ella, etc.
La bula se consideró
tan importante, que hay también copia en pergamino, autorizada por Miguel,
Obispo de Calahorra y La Calzada. «Hecha en Yanguas» (apud Jagues), el
6 de julio de 1319. [El Catálogo del Archivo, pág. 22, dice, por error,
Jaca. Yanguas, en Soria lindando con la Rioja, sería la patria del obispo Miguel
Romero de Yanguas (electo en enero 1313, fallecido en agosto 1325).]
La primera de
las bulas se complementa con otro documento apostólico muy significativo,
también en Aviñón. El
17 de noviembre 1318, el Patriarca de Antioquía, por autoridad
Apostólica, amplía la indulgencia a los que visiten el monasterio de Santa
Clara en diversas fiestas, y ayuden a la fábrica, iluminación, ornamentos,
libros etc. Contribuciones materiales que indican la precariedad económica del convento, y eran como el preludio de la gran
‘refundación’ por obra de doña Sancha, en 1336/1337.
Un tercera bula, de 13
de junio de 1319, es la versión femenina de la fórmula general de privilegio
confirmando libertades en inmunidades, en especial las pecuniarias seglares, que
ya vimos en el Archivo de Santa Cruz de Medina.
Este documento
(pergamino 34 del Archivo de Santa Clara), ofrece una curiosidad. Como los papas en las bulas sólo se llaman por su nombre, sin número de orden, algún anotador distraído confundió a este papa con otro, calculando el año de 1413, y así lo anotó a las espaldas. Basado en tal fecha, el Catálogo del Archivo atribuye la bula a Juan XXIII. Sólo que este Juan (Baltasar Cossa) no fue papa, sino antipapa. El verdadero papa entonces, al menos oficialmente, era Gregorio XII (1406-1415).
Tranquilos. La bula es de Juan XXII. Santa Clara de Medina no debe bula a ningún antipapa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario