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lunes, 6 de mayo de 2013

El Papa que se eligió a sí mismo


Los Papas de Santa Clara - Centuria Primera
Jesús Moya



El primer ‘Papa de Santa Clara’ –en el sentido que dijimos, de conceder al Monasterio bulas y privilegios– fue Juan XXII (1316-1334). Fue también el primer ‘Papa de Aviñón’, porque su predecesor Clemente V no tuvo su corte allí, sino en Carpentrás, que era la capital de aquel pequeño estado pontificio en la Provenza.
 Aquí es donde se inauguró el cónclave, muy reñido entre 23 cardenales a dos bandas, gascones y franceses frente a una minoría italiana, divididos también entre güelfos y gibelinos, más otras rivalidades personales de verdadero escándalo.
Por si fuera poco, la despensa papal se agotó y hasta se peleaban por la comida. La tensión estalló en julio, dicen que por un reyerta entre criados, más la irrupción de Beltrán de Got –el sobrino favorito del papa difunto– con su mesnada de gascones, pegando fuego a la crujía de palacio donde se alojaban los italianos, que huyeron en desbandada. Por poco no arde toda Carpentras. Así el cónclave se suspende por fuerza mayor, aunque también por culpa de los cardenales.
Dos años pasarán, hasta que los conclavistas vuelvan a reunirse, esta vez en el convento de los dominicos de Lyon (junio 1316). A todo esto, Felipe le Bel de Francia  había muerto (noviembre 1314), sucediéndole un pobre Luis X en apuros.
Si una intrusión violenta había interrumpido el cónclave, otra forzó el desenlace: Felipe II de Navarra, Conde de Poitiers y hermano del nuevo rey, en cuanto tuvo encerrados a los conclavistas, les anuncia que son sus prisioneros y no saldrán de allí si no sacan papa. Aun así, el negocio se alargó otros 40 días, hasta el 7 de agosto, en que sale elegido el Cardenal Obispo de Porto,  Jacobo d’Euse. Se llamó Juan XXII. Tenía 72 años, y bien que los representaba: un anciano, para su época.
¿Cómo se llegó a este acuerdo? La historia convencional dice que por unanimidad. Así lo anunció el propio papa en su primera encíclica a los reyes y príncipes cristianos, donde añadía: «Sacudidos de temor y temblor, vacilamos con vehemencia» antes de dar el sí.  Un gesto formulario casi obligado. 
Pero corrió otra versión muy diferente, caso único en toda la historia del Papado, e incompatible con esa expresión humilde. No pudiendo entenderse los electores, a la desesperada, nombran compromisario al viejo y caduco Cardenal de Porto. El cual dejó estupefactos a todos con esta salida, la que menos esperaban oír: «Ego sum papa».    
Esta versión del compromiso y «el papa soy yo»  la contó primero el historiador florentino Juan Villani, y por más que algunos digan que se la inventó, otros cronistas serios, como el dominico Chacón y el cardenal Baronio, la dieron por buena, o al menos creíble. Incluso parece que el autoelegido había andado por el cónclave todo doblado y renqueando sobre su bastón, haciéndose el achacoso y más viejo aún de lo que era, para engañar a los colegas y que salieran del paso eligiendo a un moribundo.  «Les engañó a todos», sentenciaba Chacón. En cuanto a Villani, lejos de denigrar a Juan XXII, es el cronista que más le alaba en todos los sentidos.        
Sea como fuere, ese es todo el alcance de la expresión que me sirve de título: El Papa que se eligió a sí mismo.


¿Quién era Don Jacobo?        
Desde luego, un hombrecillo enclenque y «tan feo como Zaqueo» (según el letrado Ferreto da Vicenza), pero estudioso, inteligente y tenaz, gran jurista. Sobre su cuna se dijo de todo: plebeyo, hijo de un zapatero, incluso zapatero remendón, según unos; para otros noble de alcurnia. Ni tanto, ni tan calvo, su padre fue un burgués importante de Cahors.       
Jacobo d'Euse hizo carrera por mérito propio, pagándose los estudios de Medicina y Derecho, primero como repetidor particular, luego como preceptor de nobles, lo que sin duda le ayudó en su ascenso.  En 1310 fue obispo de Aviñón, y sólo dos años después, 1312, Clemente V le nombra cardenal, por sus servicios en el Concilio de Viena.       
[Le recuerdo en su tumba, en su pequeña catedral pontificia de Notre Dame, en Aviñón. Un obispo como otro cualquiera. No sabía yo entonces que la cabeza de la estatua es prestada.]       
Sobrio y austero, su primer cuidado fue sanear la hacienda pontificia. Para lo cual no dudó en servirse de la cancillería, emitiendo bulas que se hacía pagar a buen precio. Esto baste por ahora, para no distraernos de nuestro tema.       

Las bulas de Juan XXII, personalizadas para Santa Clara, las agenció la fundadora doña Sancha Carrillo, viuda de Velasco. Sin duda le parecieron un requisito para prestigiar a su monasterio, que años más tarde dotaría con esplendidez.       
Las bulas son básicamente tres, todas de Aviñón:        
Por la primera, de 13 de agosto, el papa concede indulgencias a los que visiten la iglesia y hagan algún donativo o limosna al convento en las fiestas de la Virgen y de Santa Clara.       
Por la segunda, de 17 de septiembre, Santa Clara participa con los demás conventos de monjas de la orden, «llámense clarisas, damianitas o minorisas», exención total de diezmos, gabelas y demás tributos a autoridad eclesiástica ni seglar. Es por tanto un privilegio de carácter general, pero como digo, personalizado para las monjas de Medina.       
Ésta es la que podríamos llamar ‘la perla del Archivo’, por su importancia económica para tantos conventos de clarisas. Tantos, que de hecho tanta largueza se quedará en papel mojado, a tenor de los tiempos, y tambien de la estricta justicia, tratándose de conventos como el de Medina, ricos en posesiones y rentas. Además, ¿quién era el papa para dispensar en lo que no era suyo, la tributación al fisco y las cargas comunales? Santa Clara conservó sus bulas como oro en paño, e hizo bien. Pero pagar, lo que se dice pagar impuestos, vaya si pagó.       
Conozcamos la sustancia del documento:

Juan obispo, Siervo de los Siervos de Dios. A todas las dilectas hijas en Cristo, abadesas y conventos de monjas de clausura, llámense de la Orden de Santa Clara, o de San Damián, o Minorisas, Salud y bendición Apostólica.

Sacra nostra Religio, es nuestro deber sagrado: En atención al voto de pobreza voluntaria, con sus secuelas de necesidad, y a imitación del papa Bonifacio VIII,

por la autoridad de las presentes os concedemos la exención de diezmos de cualesquiera posesiones y demás bienes vuestros, tanto los presentes como los que por favor de Dios adquiráis en el futuro, o de contribuciones a las procuras de cualesquiera ordinarios, como también legados y nuncios de la Sede Apostólica, y de cualesquiera tallas y colectas, y que para nada estéis obligadas a prestar peajes, toloñas y demás exacciones a cualesquiera reyes, príncipes u otras personas seglares, ni podáis en modo alguno ser compelidas a ello.
Por tanto, a nadie en absoluto sea lícito infringir esta página de nuestra concesión, o con osadía temeraria ir contra ella, etc.

La bula se consideró tan importante, que hay también copia en pergamino, autorizada por Miguel, Obispo de Calahorra y La Calzada. «Hecha en Yanguas» (apud Jagues), el 6 de julio de 1319. [El Catálogo del Archivo, pág. 22, dice, por error, Jaca. Yanguas, en Soria lindando con la Rioja, sería la patria del obispo Miguel Romero de Yanguas (electo en enero 1313, fallecido en agosto 1325).]
 La primera de las bulas se complementa con otro documento apostólico muy significativo, también en Aviñón. El 17 de noviembre 1318, el  Patriarca de Antioquía, por autoridad Apostólica, amplía la indulgencia a los que visiten el monasterio de Santa Clara en diversas fiestas, y ayuden a la fábrica, iluminación, ornamentos, libros etc. Contribuciones materiales que indican la precariedad económica del convento, y eran como el preludio de la gran ‘refundación’ por obra de doña Sancha, en 1336/1337.
Un tercera bula, de 13 de junio de 1319, es la versión femenina de la fórmula general de privilegio confirmando libertades en inmunidades, en especial las pecuniarias seglares, que ya vimos en el Archivo de Santa Cruz de Medina.
Este documento (pergamino 34 del Archivo de Santa Clara), ofrece una curiosidad. Como los papas en las bulas sólo se llaman por su nombre, sin número de orden, algún anotador distraído confundió a este papa con otro, calculando el año de 1413, y así lo anotó a las espaldas. Basado en tal fecha, el Catálogo del Archivo atribuye la bula a Juan XXIII. Sólo que este Juan (Baltasar Cossa) no fue papa, sino antipapa. El verdadero papa entonces, al menos oficialmente, era Gregorio XII (1406-1415). 
Tranquilos. La bula es de Juan XXII. Santa Clara de Medina no debe bula a ningún antipapa.




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