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martes, 9 de abril de 2013

Tramoya a lo divino

Algo más sobre el ‘Tabernáculo de la Paloma’                                               Jesús Moya




Desde mediados del siglo XIII, por iniciativa de la beata visionaria belga santa Juliana de  Cornillón (1192-1258), se promueve un culto especializado a la Eucaristía –fuera de la Misa–, que culminará en una fiesta nueva de las más solemnes del calendario: el Corpus Christi, con exposiciones y procesiones del Santísimo. El objetivo era reafirmar la fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento, concretamente en la hostia con que comulgaban los fieles. Presencia real que venía siendo negada por algunos herejes, en especial los cátaros, y que para muchos creyentes se reducía a mero símbolo sin sustancia.
En aquella nueva corriente de fervor eucarístico, la orden franciscana se acordó de un hecho portentoso que se contaba de Santa Clara de Asís. Cómo, en tiempos de la guerra del emperador Federico II para arrebatar Italia al Papa, una tropa mercenaria de cristianos y sarracenos al asalto del convento de San Damián (como avanzadilla de Asís) fue puesta en fuga por la santa abadesa, que les hizo frente sin más arma que el vaso sagrado con la eucaristía.
La leyenda en distintas versiones nos lleva a 1230 o 1234, esto es más de diez años antes de la visión de Santa Juliana, lo que daba a las clarisas cierta prioridad. Sea como fuere, el vaso eucarístico paso a ser el principal atributo en la imaginería de santa Clara, bien como píxide gótica, o más a menudo  como custodia barroca. Un anacronismo, sin duda, o si se quiere, actualización.
Actualización igualmente, fue en su día esa máquina tan curiosa de la que nos hablaba Antonio Gallardo en la entrada anterior: el tabernáculo o manifestador llamado ‘de la Paloma’, en el altar mayor de Santa Clara de Medina. 
Pero ante todo, ¿por qué ese nombre?

Se llama ‘Tabernáculo de la paloma’ por la que corona el dispositivo, posada sobre la cúpula y con las alas extendidas. Mejor que suponerla icono arbitrario del Espíritu Santo, debe interpretarse como ‘paloma eucarística’, de reminiscencia medieval y oriental.

       Mejor que cualquier descripción, veamos la máquina en funcionamiento:



El aparato se explica por sí mismo: una version multimedia avant la lettre del ‘Triunfo de la Eucaristía’. Prestemos otro poco de atención a esa auténtica joya de ingeniería sacra. Recordemos: el conjunto formado por el sagrario, relicario y tabernáculo se estrena el 23 de agosto de 1800, según documento del Archivo monástico:

«Se inauguró el nuevo tabernáculo, con su relicario y sagrario, todo dorado, por los que se pagaron 10.120 reales, siendo los diez mil por su coste y los 120 del viaje que realizó el maestro para tomar las medidas.»

‘El maestro’: ¿sabemos algo de aquel artífice, que el documento no nombra?
Recuerdo que la primera vez –hace ya ni sé los años– que vi funcionar el tabernáculo, en una demostración que nos hizo precisamente Antonio Gallardo, ante aquel despliegue de rayos solares de mentirijillas, lo primero que me dije: “¿Dónde he visto yo esto?”. En efecto, allá por los años 60, en la iglesia de Santa María de Güeñes lucía un aparato similar (yo diría que idéntico), capaz incluso de renquear merced a una cadena de bicicleta. (Debo añadir que el entonces párroco Sr. Barquín no tenía demasiado aprecio al ‘chisme’; pero dejémoslo así.)
 En busca de aquel tabernáculo, compruebo con desolación que, en las reformas traídas por el Concilio Vaticano II, al instalarse el altar de cara al pueblo, la máquina se retiró. Peor aún, en vez de guardarlo como pieza de museo, ‘desapareció’, junto con otros elementos ornamentales de la misma iglesia. Sólo pude ver en la sacristía la paloma –lo único que queda, al parecer– bastante apolillada la pobre.

Sin embargo, en la misma  sacristía de Güeñes queda una foto del mismo tabernáculo, que se me permitió copiar para cotejo con el de Medina. Sólo puestas juntas las dos imágenes se ve que son piezas gemelas hasta en sus detalles. Eso sí, Güeñes no era tan rico en reliquias como Santa Clara; pero hasta esa diferencia mínima, y el modo de resolverla, viene a demostrar una misma mano, o un mismo modelo.
El siguiente paso fue consultar los documentos de la iglesia encartada en el Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya. Y aquí vino el enigma: en los libros de fábrica en torno a 1800 no hay mención alguna de nada que pueda corresponder a dicho tabernáculo. Más tajante aún: en 1818 consta que no existía. El correspondiente ‘Libro de Cuentas (1804-1869)’ no dice nada, pero al final veo inserta una hoja suelta que no deja lugar a duda:
El 20 de diciembre de 1818, el arcipreste párroco de Güeñes Rafael de Pereda Vivanco y el mayordomo Ambrosio de Ondazarros escriben a su obispo, que entonces era el de Santander, sobre

 “cómo dicha iglesia carece de muchas cosas necesarias para el culto, a causa de la irrupción de los Franceses, quienes instigados de un diabólico furor, despedazaron el tabernáculo” … Las obras “más urgentes son el tabernáculo, porque el que existe sólo es provisional; una lámpara”

Por lo que cuentan el cura y mayordomo, el gabacho saqueador se aplicó a conciencia, sin respetar vasos sagrados ni lápidas de tumbas. En consecuencia, piden permiso para remediar lo más necesario para el culto.
El obispo diocesano era el asturiano  Rafael Tomás Menéndez de Luarca y Queipo de Llano (1743-1819), natural del concejo de Valdés, canónigo magistral de Oviedo, y tercer obispo de Santander desde 1784. Enamorado de su diócesis modesta, no quiso cambiarla ni por el obispado de Méjico que se le ofreció en 1801, ni por el de Sevilla.
No toca aquí hablar de este varón tan íntegro como integrista, con sus toques de extravagancia y su aventura político-militar. Sólo recordemos que, en el alzamiento hispano contra Napoleón, Su Ilustrísima como jefe de la Junta de Defensa de la provincia cántabra se autonombró Regente, tal como suena, para levantar una fuerza de 14.000 hombres que comandó en persona. Y a buen seguro que el aguerrido obispo-mariscal, a imitación de su modelo el papa Julio II contra los franceses, los habría despachado de nuestro  suelo patrio con lo puesto, de no haberle derrotado ellos a él en Burgos. Pero a lo que íbamos.
Al tiempo de recibir la carta de Güeñes, al buen obispo sólo le quedaba medio año de vida para dejar en orden la diócesis. Su respuesta, por mano de su Vicario, no se hizo esperar: adelante con lo pedido.
Sin embargo, como digo, en la contabilidad de Santa María de Güeñes no he visto ninguna partida por gasto del tabernáculo, y el libro alcanza hasta 1869. Esto podía significar, o que no costó nada, porque alguien lo regaló, o bien que en todos esos 50 años no se hizo, cosa impensable. 
Y tanto. En 1864 publicó Juan B. Eustaquio Delmas su excelente Guía histórico-descriptiva del viajero en el Señorío de Vizcaya (Bilbao, Delmas, 1864), donde al hablar de este templo y su altar mayor dice (pág. 493):

«En este hay un tabernáculo mecánico muy injenioso, construido por un hijo del concejo.»

Alguien tiene que saber el nombre de este individuo, sin duda el mismo ‘maestro’ que había tomado las medidas para el tabernáculo de Santa Clara. Y digo ‘había’, porque entre los dos aparatos, el medinés lleva ventaja de casi 20 años a su copia encartada.
Por otra parte, veo que por el tiempo en que se hizo el Tabernáculo y sagrario-relicario para Santa Clara mediaba alguna relación entre este convento y gente de Güeñes. En noviembre de 1803 ingresa, y en diciembre siguiente toma el velo Ramona (Antonia) Palacios Mendieta, nacida en 1780, hija de Miguel Palacios Castaños y de Magadalena Mendieta Puente.
De momento es todo lo que se me alcanza.

Tramoya, catequesis, ideología
Ha sido gran suerte que el ‘Tabernáculo de la Paloma’ se haya salvado prácticamente intacto, por su mérito intrínseco,  y sobre todo porque nos acerca a mentalidades de otros tiempos.
Las máquinas en la iglesia han dado para todos los gustos. Los más severos dicen que lo mecánico y raro quita la devoción, y ponen como ejemplo el Papamoscas de Burgos o el Botafumeiro de Compostela. Sin embargo, en latitudes más al norte, y también aquí, han hecho gracia los autómatas, las imágenes articuladas móviles, los cuadrantes litúrgicos complicados, o también estos tabernáculos mecánicos, que algunos expertos relacionan con la tramoya del teatro jesuítico.
Teatro. ¿Y qué es la liturgia sin teatro?
Teatro jesuítico, vale; pero ya en la versión calderoniana de los Autos Sacramentales del Barroco, con la Eucaristía como tema cumbre de la Contrarreforma, con todos los recursos y efectos escénicos a su servicio. Así para La primer Flor del Carmelo, el autor don Pedro Calderón de la Barca especificaba:

                     «y una mesa con una tramoya en que parezca el Sacramento».

A partir de ahí, lo que ustedes quieran. No cuesta nada imaginar un final solemne, con elevación mecánica de una custodia radiante, entre nubes y fanfarria de órgano, hasta sentarse en su trono o tabernáculo, donde convertida en rueda pirotécnica deje impresión imborrable en la gente.
No es el caso del ‘Tabernáculo’ de Santa Clara, un ingenio más bien ingenuo, que en sus dos siglos de vida sigue practicando su peculiar elevación eucarística, ante la admiración reverencial y silenciosa de quienes tienen la suerte de contemplarlo.


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