Un tesoro raro de
Santa Clara de Medina
por Antonio Gallardo Laureda
Que el
monasterio medinés de Santa Clara acoge numerosos e importantes atractivos para
ser visitado es cosa que nadie pone en duda. Los hay que destacan por su valor
artístico, otros por su curiosidad o rareza.
Uno de estos
elementos curiosos es el espectacular y sorprendente manifestador que se integra
en el tabernáculo del retablo mayor de su iglesia conventual. Es uno de los
mejor conservados de España, manteniéndose en pleno uso y sin fallos, tan
frecuentes en este tipo de artilugios. Se trata de un elemento añadido al
retablo con posterioridad a la fábrica de éste y dotado ya del neoclasicismo
imperante a finales del siglo XVIII.
El retablo
en sí es genuinamente rococó, construido durante los primeros años de la década
de los setenta de ese siglo y rematado en 1774. Fue encargado de su dorado y
policromado el maestro batidor de oro vitoriano Luis de Gosti, quien estuvo
trabajando en él durante el año 1775. Hay que reconocer que su trabajo fue
magnífico ya que aún se conserva en excelente estado sin que haya tenido que
sufrir restauraciones. Pero era un retablo al que faltaba el tabernáculo que
hoy se admira, ya que éste se encargó más tarde.
Un documento
fechado el 23 de agosto del año 1800 nos dice:
«Se inauguró el nuevo tabernáculo, con su
relicario y sagrario, todo dorado, por los que se pagaron 10.120 reales, siendo
los diez mil por su coste y los 120 del viaje que realizó el maestro para tomar
las medidas.»
En realidad
el tabernáculo y manifestador es a la vez un nutrido relicario. Enmarcadas por
enlazados, se instalaron en él 206 celdillas, en cuyo interior se depositaron
reliquias de santos y santas que suponen un gran muestrario de la corte
celestial.
Se disponen
sin aparente criterio, excepción hecha de las celdillas inmediatas al sagrario,
reservadas para las más importantes, dándose numerosos casos en que una celda
esté compartida por reliquias de dos o más santos.
Sorprende la
existencia de alguna reliquia cuyo culto, aunque aún sin estar prohibido, sí
que está desaconsejado por la iglesia, que prudentemente pretendió fuesen
retiradas si no causaban trauma o escándalo a los fieles.
En esta zona inmediata al sagrario
encontraremos, entre otras y según se indica, sangre de Cristo, un trozo de la
esponja utilizada en su pasión, un trozo del velo de la Virgen, otro de su
sepulcro, una espina de la corona, un trozo de la cruz y otro de la columna a
la que Jesús fue atado para su flagelación e, incluso, leche de María
Santísima. Acompañando a tan excelsas reliquias hallaremos alguna de todos los
apóstoles más una de santa Clara y otra del cilicio utilizado por S. Francisco.
También llama la atención, aunque sea en zonas más alejadas, que compartan celda reliquias de santos tan dispares o tan
alejados en el tiempo como san Antonio Abad y los adolescentes de Alcalá santos
Justo y Pastor, san Jacinto y santo Domingo, san Ricardo y san Ciriaco, santa
Petronila y san Mauricio, santa Celestina y san Oberto, san Ángel y santa
Cándida, santa Engracia y san Zenón, santa Isabel y san Anastasio y otras
parejas aún más curiosas.
Sin embargo, pese al extraordinario muestrario de reliquias, el elemento más original de este gran tabernáculo es
el artilugio conocido como “manifestador de la paloma”. Se trata
de un conjunto de piezas compuesto por una cúpula rematada con la figura de una
paloma (conocida como tal, aunque, al tener plumas en las patas, más parece un
águila), un cilindro para colocar la custodia y varillas que imitan rayos
solares, los cuales se despliegan mediante el accionamiento de un torno dotado
de una soga sin fin, el cual hace que todo el conjunto suba o baje manipulando
una manilla situada tras el retablo.
Es un raro ejemplar cuyo funcionamiento resulta espectacular y profundamente emocionante cuando, rodeado de luces y
olor a incienso, se realiza en el ambiente de una ceremonia religiosa. Las
festividades de Santa Clara, incluida su novena, y la del Corpus son las fechas
más señaladas para ello.
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